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22 San Félix de Cantalicio En las calle:=::, 9-e Roma, Fray Félix pare– cía el abuelo de todos los niños ·de la ciu– dad. Sus grandes y mejores amigos fueron los rapazuelos vagabundos. Ver al santo vie– jo y acudir a él un tropel de chiquillos vo– cingleros era todo uno. Entonces Fray Félix estab3- eri sus· glo:tias, y no podía disímuldr su felicidad. Dejaba que unos le dieran tiro– nes en el hábito, que otros hurgasen en las alforjas; y no faltaban atrevidos que juga– ban con sus barbas o con su capucha y se reían de él con bulliciosas carcajadas. El hu– milde viejo, entre burlas y donaires, apro– vechaba la ocasión para enseñarles el ca- . tecismo, para darles consejos de ~oral y de religión, y les hacía prometer obediencia a sus padres, la misa del domingo, rezos a la Virgen, y todo cuanto quería, porque su palabra era irresistible. También solía darles su poquito de reprensión y de queja que siempre eran recibidas sin protestar por aquella turba de diablejos. La alegría característica de Fray Félix se hermanaba con un exquisito oído musical y una agradable voz de barítono; y sabía e

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