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Vida 21 tamente el cdntenido de sus alforjas: en el fondo de una de ellas divisó algo que le pareció la sonrisa burlona del demonio: una monédilla de plata que alguna mano caritati– va había dejado descuidadamente·. -«Este es el peso maldito que no me deja caminar»– pensó Fray Félix; y sacudiendo las aiforjas, dejó caer en el suelo la moneda, y huyó dEl/ allí con toda su carga de pan, ágil como un muchacho. En su boca se veía siempre una oración para Dios, una palabra de caridad para to– dos y una burla para los asaltos de Luzbel. Si alguien se atrevía a insultarle, Fray Félix agradecía las injurias con una incli:!:i.a– ción de cabeza y replicába risueño: «Que Dios te haga un santo»; con lo que el cul– pable quedaba desarmado y conmovido. En los días - de mucho frío, cuando los demás religiosos se acercaban al fuego, Fray Félix huía de allí para no caer en el peca– do fácil de la murmuración, y solía decir a su cuerpo aterido: «Lejos, lejos del fuegc, hermano asno; porque San Pedro, estando' junto a una hoguera, negó a su Maestro.»

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