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·Aquí comienza la verdadera vida de nues– tro gran santo. Limosnero del convento de Roma, viósele t:::>dos los días, durante más de treinta y nuecve, años,. recorrer la ciudad con sus alforjas al hombro, y como él d& cía, «con los ojos en la tierra, las manos en la manga y el corazón en el cielo». Apenas Fray Félix entró por la puerta del noviciado, puede decirse que para él se acabó el mundo, que se le murieron los Pª"' rientes, que no hubo para su alma más an– helos que servir al Señor. Con ese ÚJ,1ico pensar, explícanse fácil– mente sus contini:.as y nunca interrumpidas oraciones, sus per:.itencias que ponen pavor ·al que las lee, su pobreza que muchos lla– marían exagerada, su castidad deliciosa y sin mácula, su humildad profundísima, su vivir en el cielo aunque todavía pisaba la tierra. El genial pince: de Murillo nos ha de– jado un lienzo de San Félix, qÚe dntetiza admirablemente toda esa vida de oración y trabajo. Aparece el humilde lego capuchino de rodillas, recibiendo de manos de la Vir-

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