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16 San Félix de Cantalicio figuramos al pobre Félix, asustado· y temblo– roso, cubrirse. los ojos C<?n las manos, ante el horror de la trágica aventura. Los bueyes se detuvieron después de una carrera des– ordenada; Félix se levantó, y con asombro pudo constatar que el arado no le había pro– ducido el más somero: rasguño. Desde ese momento comenzó la nueva vida. Consideró la milagrosa escapada. como un aviso del cielo que le quería para mayo– res empresas; y al llegar a casa dijo resuel– tamente a su amo: «Me voy a un convento». Y en efecto; a los pocos momentos lla– maba a la puerta de los frailes y pedía hu– mildemente el hábito capuchino. El Guar– dián del convento, después de comprobar el verdadero espíritu del candidato, le man– dó a Roma, en donde brillaba con luz ina tensa el P. Bernardino ele Asti, el formidable organizador de la naciente Reforma, y una de las más eminentes lumbreras de aquella época agitada Félix, antes de partir para Roma, quiso cumplir los deberes de la caridad y de la cortesía con sus parientes, y fué a su pue-

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