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-24- vilegiados. Si prestare atención nuestra alma cuando tenemm, en nuestras manos al divino Salvador, oiríamos que nos dice: "Hijo, ve ahí a tu Madre". Del altar parten gracias abundantes y eficaces para trasformar nues– ros corazones y llenarlos de amor hacia la Madre de nuestras almas. ¡Ah!, supliquemos a Jesús que repita en favor nuestro sus pala– bras y las haga producir lo que significai:i. A imitación, pues, de San Juan diremos la Misa con María. El pensamiento de que Ella está presente y nos asiste, nos ayudará pode– rosamente a practicar con fervor este sublime acto. En efecto: el sentimiento que debe llenar nuestra alma cuando subimos las gradas del Santuario, es la persuación íntii;na de nuestra indignidad. ¿Quién será tan osado que pre– suma tener bastante limpias las manos y pu– ro el corazón como Dios exige a los que su– ben al altar? Quis ascendet ad montem Do– mini?. .. ¿Queremos acercarnos con menos te– mor y dilatar nuestra esperanza? Digamos la Misa con María, unidos a sus pensamientos, penetrados de sus sentimientos, adornados de sus virtudes, abrasados con su caridad. Apropiémonos las sublimes disposiciones en que Ella se encontraba al pie_ de la Cruz. ¡Ojalá se cumpliera en nosotros la hermosa
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