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Otra visión le hizo el Señor, aunque de mucho temor, juntamente de mucha enseñanza y provecho. Había acabado de decir misa en cierto lugar de este Reino, que jamás la dejaba de decir aunque fuese de camino; y habiéndose retirado en ella a dar gracias por el beneficio recibido, en que empleaba mucho tiempo después de haber celebrado; entre tanto salió un sacerdote a decirla. A l alzar a Dios vio el P. Eugenio visiblemente en el altar [a Cristo] de la manera que estuvo enclavado en la cruz, todo cubierto de llagas y bañado de sangre; y al sacerdote que la decía, teniendo en sus manos una lanza, le hería la del costado que le penetraba el corazón. A este doloroso espectáculo, se le llenó de dolor el corazón al P. Eugenio y de una compasión, y se puso a llorar desecho todo en lágrimas, sin estar en su mano el detenerlas, suplicando al Señor le diese a entender lo que le representaba a los ojos. Respondióle su Majestad diciendo: “Eugenio, los pecadores, cuanto es de su parte, vuelven a renovar con sus culpas las llagas de mi pasión, que sufrí por su remedio; y aunque la injuria es común, pero por la diferencia de las culpas es singular, por la que cada una ofende mis particulares llagas. Los soberbios, y en particular los prelados de mi Iglesia, a quien yo hice cabezas de los demás, que se desvanecen y ensoberbecen con la honra de los puestos, cuanto es de su parte me vuelven a poner en mi cabeza esta corona de espinas y renuevan las heridas y dolores de ella; y aunque yo estoy impasible, la injuria que me hacen es para mí como si de nuevo me volvieran a coronar de espinas la cabeza. Los ingratos vuelven a traspasar con clavos estas mis manos, olvidados de los beneficios que les hice, y privándose de los que deseo hacerles, y valiéndose de los míos para mis ofensas. Los negligentes en mi servicio y que las cosas del mío las hacen forzados, sin gusto de devoción y por costumbre, me vuelven a enclavar mis pies. Los torpes y deshonestos me vuelven de nuevo a azotar y a renovar las heridas de mis azotes. Los faltos de caridad y que tienen odio a sus prójimos y desean vengarse de ellos, vuelven a herirme con la lanza mi pecho y a partirme el corazón. Esto es lo que estás mirando hace este sacerdote que está en el altar, que habiendo tenido un encuentro con su prójimo, sin reconciliarse con él ni haber arrancado de su corazón el odio que le tiene, se ha atrevido hoy a ofrecerme el sacrificio de mi pasión en el altar; y la injuria que me ha hecho es la que has visto; ha renovado la llaga de mi pecho y me ha herido el corazón con una 96
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