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día de la Purificación de nuestra Señora, por la mañana, cuando llegó el P. Fr. Eugenio a su casa. Habíales hecho falta el predicador que tenían prevenido para aquel día; rogáronle les hiciera la caridad de quererla suplir, para que tan gran fiesta de la Virgen no quedase sin su sermón y el pueblo sin el consuelo de oír sus alabanzas. Excusóse con decir que venía cansado y que no estaba prevenido. Por los ruegos repetidos y caridad de los prójimos y mucho más por la honra de la Virgen ofreció de hacerlo. Fuese a decir misa (que no la dejaba de decir cada día por ningún lance que se lo estorbase) y dicha, dijo a los de la posada que en ser hora del sermón le avisasen. Retiróse solo a un aposento, y siendo ya hora, la misma señora Gavaldana le fue a avisar; y abriendo la puerta del aposento donde estaba, vio al P. Fr. Eugenio (no sin gran turbación de su ánimo) todo bañado de celestiales resplandores y su rostro que parecía el del sol, (otros dicen que vio una cándida y hermosísima paloma sobre su hombro, con el pico a su oreja; ello es cierto que cuando no fuese visiblemente, invisiblemente le asistió el Espíritu Santo para dictarle interiormente la doctrina tan alta que predicó). Quedó sin aliento la sierva de Dios, y apenas tuvo palabras para darle el aviso. Fue y predicó un sermón tan docto y lleno de tanto espíritu y dicho con tan fervoroso afecto, y dijo tantas excelencias de la Virgen, (a quien amaba entrañablemente), que dejó igualmente pasma­ dos y devotos de la Virgen a todo aquel pueblo que le oía, diciendo todos que jamás habían oído ni sermón predicado con tanto espíritu, ni alabanzas mayores de la Virgen. Tenía singular gracia de mover los afectos de los oyentes en sus sermones y pláticas espirituales que hacía a los religiosos, que confesaban que jamás habían oído ni más alta ni más mística doctrina, ni dicha con mayor espíritu y afecto, que dejaba con sus ardientes y fogosas palabras abrasados sus corazones con deseos de mayor perfec­ ción, y se conocía en ellos efectos fervorosos de más penitencias, mortificaciones, mayor retiro y oración, como se vio también en este sermón que predicó en Cabanes en la reformación de las costumbres y mayor devoción de la Virgen. M arch de Velasco, se hospedó en el monasterio de San M ig u e l de los Reyes donde falleció y fue enterrado. Sus restos fueron trasladados el sig lo pasado a la catedral de Segorbe. (Gran Enciclopedia, V , 47). 95

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