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Pide tratado aparte el don singular que le comunicó Dios de contemplación, aun en los primeros años de su adolescencia, de que con el tiempo siempre le fue comunicando mayor conocimiento de su divinidad y divinas perfecciones. Esta fue la única vía de donde sacó los ricos tesoros de sus evangélicas virtudes, como hasta ahora hemos visto, y los dones y favores celestiales que le comunicó Dios como ahora veremos. Era en él tan continua, que jamás perdía a Dios de vista, elevadas y suspensas en él sus potencias, con tan sentidos y abrasados afectos de su amor, que hasta el cuerpo sentía la llama de su fuego divino que le dejaba el rostro abrasado y encendido como brasas de ardiente fuego. Tan apretadamente unida su mente a Dios, que le era más dificultoso apartarla un breve espacio de él que al más distraído fijarla en él por buen espacio. Prueba fue de esta continua elevación, el no poder rezar a solas las horas del divino Oficio, a que no podía asistir por las ocupaciones de su oficio o de caridad. Para cumplir con esta obligación, siempre buscaba compañero para rezarlas y quedar satisfe­ cho de que había cumplido con su integridad, porque comenzando a rezar, luego le arrebataba el espíritu y quedaba suspenso, y paraba estando callando, levantados los ojos al cielo hasta haber gozado el favor y luz que el Espíritu Santo le comunicaba. Y como despertando de un profundo sueño, preguntaba al que le ayudaba: “¿Dónde nos dejamos?”. Y apuntándole decía: “Prosigamos”. Otras veces decía: “¿Hemos rezado ya tal salmo?”; ¿hemos dicho ya esta Hora?; pasemos, decía, adelante”. Y como esto le sucedía muchas veces mientras rezaba, estaba mucho en decir una Hora. Tal era la suspensión y elevación de su mente en Dios, que ni de lo que estaba haciendo se acordaba, y necesitaba se lo advirtiesen. Al P. Fr. Gregorio de Valls, su amigo, dijo una vez, que había muchos años que no podía concluir el rosario de Nuestra Señora ni otras oraciones vocales, porque apenas había dicho una Ave María, cuando se sentía elevado en contemplación de la misma Virgen, y que suplía las oraciones vocales y deuda que debía a la Virgen con afectos de gozo y de complacencia de sus excelencias. Cuando iba [de] camino, hacía que los compañeros fuesen delante, y él se quedaba solo para ir orando; y se quedaba parado y suspenso en el camino muchos ratos. Había comido una vez a una misma mesa con cinco o seis religiosos nuestros que estuvieron hablando de materias diferentes mientras 90

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