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la Compañía, le halló virgen como el día que nació. Y jamás había llegado con su mano a parte desnuda de su cuerpo. Y los últimos años de Capuchino, le dijo con mucha modestia al P. Fr. Gabriel de Valencia, predicador nuestro, que daba infinitas gracias a Dios que le había conservado casto hasta aquella hora. Era prueba de su virginal pureza el huir la familiaridad de las mujeres, y no trataba sino con las que él sabía que eran santas y de buena opinión. Cuando otras que no conocía le llamaban, lo sentía mucho, y no pudiéndolo excusar, las hablaba de pies sin mirarlas al rostro, y la conversación aunque fuese de Dios era muy breve. Caminaba una vez de nuestro convento de Valencia al de Albaida con dos compañeros. Era tiempo de invierno y todos tres caminaban descalzos y sin suelas. Había llovido mucho y los lodos con las escarchas estaban helados, y al pisarlos les lastimaban como si fueran puntas agudas de acero. Llegaron ya muy tarde al lugar de Almusafes, hechos una sangre los pies y las piernas, que movían a compasión a los que los miraban. Apiadóse de ellos un hombre a quien no conocían. Llevólos a su casa, donde no hallaron sino a su mujer y unos niños; dejóles en ella y se fue. Era ya cerrada la noche; después de haberle esperado mucho tiempo, no le vieron más, ni la mujer les daba esperanzas de que volvería. Dijo entonces el P. Fr. Eugenio a sus compañeros: ‘"Vamos a otra parte”; y cuando estuvieron fuera del lugar, les dijo: “No he querido quedarme en esta casa por no haber sino la mujer, aunque no sea sino por lo que podrán decir. Nunca se hospeden en casas donde no hay sino mujeres”. Y con ser tan tarde y estar cansado y lastimado, dejando el camino derecho se fue a Sollana, que estaba media legua de allí, y se hospedó en el convento que entonces tenían allí nuestros Padres Descalzos. Prueba fue también de esta pureza virginal, que nadie vio jamás parte de su cuerpo desnuda. Padecía muy de ordinario el dolor de la ijada, con que ejercitó Dios toda su vida su paciencia, y últimamente vino a morir de él; y jamás permitió que otros religiosos le aplicasen los remedios ni los lienzos calientes ni otro medicamento. El mismo los tomaba, y retirando el brazo por la manga del hábito los aplicaba a la parte que padecía, sin verse ni dejar ver parte desnuda de su cuerpo. Y 8 8
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