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suyas, que admiraban el cuidado y circunspección con que estaba para no faltar a su ordinaria modestia; y como decían sus padres espirituales, no se acordaban que voluntaria y advertidamente hubiese cometido en toda su vida un pecado venial. No se descubrió jamás en él el menor rastro de soberbia, ni de vanidad, ni de estimarse más, ni en los puestos honrosos que ocupó en la Orden; antes su carga y la cuenta que había de dar a Dios de ellos le humillaba más y a que se tuviese en menos y por indigno de ellos. Por no ser Provincial no dejó diligencia por hacer, y fue necesario le revelase el mismo Dios que lo fuese (como luego veremos); y viéndose ya con esta obligación decía, sintiendo bajamente de sí: “Harto haré si sustento la Provincia en el estado que la hallo”. El señor patriarca don Juan de Ribera, como sabía cuán humilde era el P. Fr. Eugenio y cuán enemigo estaba con las honras, la primera vez que le vio después de Provincial, le dijo irónicamente: “¿Qué habrá hecho de desvanecerse el P. Fr. Eugenio con su Provincialato?” . Y aunque se había visto tantas veces prelado mayor, jamás se eximió de los ministerios más humildes de la Orden. Con los demás acudía a fregar y a barrer, y a servir a los enfermos y a limpiar sus vasos, y lo continuó hasta la muerte. Estando ya para morir, a instancia de algunos devotos que conocían su santidad le quisieron retratar; trajeron un pintor, y como sabían no lo permitiría su modestia, lo quisieron hacer por la ventanilla por donde oyen misa los enfermos en la capilla de la enfermería. Sospechóselo viéndola abierta, y ofendida su humildad de la acción, volvió el rostro a la parte contraria, con que desvaneció los intentos de los que pretendían quedar con imagen suya para honrarle. Todo en él olía a humildad; no se miraba en él sino un desprecio de sí mismo. Cuando le pedían algún parecer, jamás respondía: “Hagan esto”, o “déjenlo de hacer esto”, o “de este modo lo han de hacer”, sino: “yo esto haría”, o “yo no haría eso”. Descubríase en su modestia y composición exterior y mortificación de sentidos la pureza virginal de su alma y de su cuerpo. Pues como ya hemos dejado dicho, la conservó toda la vida. Por la confesión general que hizo antes de entrar en la Regular Observancia, con el P. Roca, de 87
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