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invierno se le hacían en los pies unas grietas tan grandes que se las habían de cerrar con una lezna y cabo de zapatero. Todo lo sufría por acudir al consuelo de sus súbditos y satisfacer a las obligaciones de su ministerio. Jamás a las visitas llevó más que un compañero, a quien tenía dado orden que no llevase nada de comida ni bebida para el camino, caminando apostólicamente, puesta en Dios toda su confianza. Salió un día del convento de Castellón para el de Segorbe. El camino, fuera de ser largo, es muy áspero. El compañero, considerando que estaba el P. Fr. Eugenio muy viejo, tomó, sin decírselo a él, un poco de pan y de vino, y después de haber caminado un largo pedazo, sintiéndose cansado, dijo al compañero: “Cansado me siento; sentémonos un rato”. Entonces sacó el compañero el pan y el vino para que se desayunase. Sintiólo tanto, que sin decirle nada se levantó y sin descansar tomó la delantera y prosiguió su camino, sin hablarle palabra hasta la posada, ofendido de que no se pusiese en Dios toda la confianza. Mientras caminaba, siempre callaba, elevada en Dios su mente. Fue por extremo enemigo de preceptos obedienciales para el gobierno, y solía decir que una de las cosas que le tenía muy contento en la capucha, era que no había más preceptos que los de la Regla seráfica; decía eran principio e indicio de relajación en la Orden, y lazos en que caían las almas, y daba muchas gracias a Dios que ni él los había puesto, ni los había visto poner a los prelados de su tiempo. Y como en pronóstico (decía): “Tiempo vendrá en que los podrán”. Este fue el gobierno del P. Fr. Eugenio de Oliva, siendo Guardián, Comisario y Provincial verdaderamente santo y evangélico. Dotóle Dios de la prendas de un santo prelado y singularmente de las que S. Pablo deseaba tuviesen sus discípulos Tito y Timoteo, y entre todas tuvo una vida irreprensible, tan ajustado a las leyes de Dios y de la Religión que jamás se vio en la suya la más ligera culpa porque pudiese ser reprendido. Tan inculpable, que algunos de nuestros Padres que estaban atentos a sus acciones, jamás notaron en las suyas ninguna digna de repensión; ni una palabra ociosa, ni una risa vana, ni la culpa más ligera, ni una acción menos compuesta, aunque hubiese ocasión; aunque le cogiesen de improviso, le hallaban siempre tan atento a las 8 6
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