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Así lo hizo mientras vivió el P. Eugenio, teniendo por su maestro al que el mismo Dios le había dado de su misma mano para su enseñanza, y le fiie de sumo provecho para adelantarse en la perfección del espíritu. Como Dios le había traído de la Provincia de Cataluña para piedra fundamental de la nueva fundación de esta de Valencia, para que con los resplandores de sus evangélicas virtudes y celestial sabiduría la estableciese en santidad y seráfica perfección, y su luz llegase en ella a ser día claro y perfecto, siempre quiso que la gobernase y fuese su prelado, por más que su humildad huyese siempre de los puestos honrosos, por ser siempre enemigo de las honras que no le eran motivo de mayor estimación sino de tenerse en menos. Fue muchas veces Guardián, muchas Definidor, dos Comisario, y una Provincial con voluntad expresa de Dios como veremos después. Cuán bien cumpliese con todos estos oficios y satisfaciese a las obligaciones de prelado, cuantos fueron sus súbditos que aún hoy día viven muchos, todos se hacen lenguas en alabanzas de su santo y prudente gobierno, diciendo que ni jamás se vio la Provincia más reformada ni con mayor paz, que cuando le tocó su cuidado al P. Fr. Eugenio de Oliva. Era por extremo celante de la pura observancia de la seráfica Regla y acérrimo defensor de la guarda de los Estatutos generales, sin dispensar el menor, sin que le obligase causa razonable y urgente, y castigando con rigor cualquiera quebrantamiento de ellos. A todo era el primero, sin tomar para sí ni aun las exenciones que le daba el oficio; no faltaba jamás al coro de noche a los maitines ni a prima, aunque tuviese aquel día sermón. Eximíase cuanto le era posible de las ocupaciones que le po­ dían embarazar el gobierno, por no faltar a los actos de la comunidad. Una vez despidió un sermón de la iglesia mayor de Valencia, y preguntado por qué lo había despedido, siendo honra de la Religión predicar en aquel pùlpito, respondió que Dios no le había encomendado las almas de los de allá fuera, sino las de sus religiosos; que de éstas y no de aquéllas le había de pedir cuenta. Y esto no era mucho. Hasta al mismo Dios dejaba por acudir a las obligaciones del gobierno que le había encomendado, que era dejar a 83

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