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de la cocina; puntual sin faltar a ninguno de los actos comunes y de la obediencia; tan olvidado de sí, que parecía el mismo desprecio, que si no cuidaran de él los prelados, a pocos días hubiera acabado. Siempre elevado en Dios en el retiro y soledad de su celda, con un perpetuo silencio, que parecía vivía más en el cielo entre los ángeles, que en la tierra entre los hombres; tan suspenso en Dios, que apenas usaba de sus sentidos, tan muerto a las criaturas y tan sin afectos de ellas, y tan atento a solo Dios, como si no hubiera en todo el mundo más que los dos solos. Con el ejemplo de sus evangélicas virtudes no poco ilustró los principios de la fundación de la Provincia de Cataluña, resplandeciendo las suyas, sus letras y apostólica predicación entre aquellos seráficos Padres que la fundaron con las suyas. Para cuyos mayores aumentos, a pocos años le juzgaron e hicieron prelado y Guardián, para que con el ejemplo de las suyas y con su prudencia cuidase al gobierno de ella. Y dio de su gobierno tan buena cuenta, que les pareció merecía ocupar en la Orden puestos mayores, y de propagarla a términos más dilatados. Y estando a su elección el nombrar sujetos idóneos para dilatarla en el Reino de Valencia, de seis 112 que eligieron para tan gloriosa empresa, uno fue el P. Fr. Eugenio de Oliva; y entre todos, sólo a él por Predicador, juzgándole por piedra fundamental para su firme edificio. Y vióse fue de Dios la elección, pues de los seis el que más trabajó y ayudó a sus aumentos, no sólo con el ejemplo de su seráfica vida, con su gobierno prudente, siendo en ella muchas veces Guardián, Definidor, dos veces su Comisario y su Provincial, sino con su apostólica predicación con que adquirió la Orden en todo este Reino glorioso renombre y fama perpetua de santa. Y él la ganó dentro y fuera de predicador evangélico y de seráfico religioso con universal estimación de todos. Singularmente el santo patriarca y arzobispo de Valencia, el señor don Juan de Ribera, le veneraba como a santo y varón muy alumbrado de Dios, gustaba mucho de comunicar con él y pasaba con él muchos ratos en conversa­ ciones celestiales. Mirábale como a ángel, y le parecía cuando le había oído que había comunicado con uno de los del cielo, porque A q u í hay un despiste del cronista ; fueron siete los religiosos fundadores. 81

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