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Después de haber profesado la seráfica Regla, le pusieron al estudio de las artes y estudió después de ellas la sagrada teología; y sin faltar al de la oración, aprovechó tanto en el de las letras, que salió insigne teólogo escolástico y positivo. Dieronle el oficio de Predicador, y con el estudio de las letras y espíritu y luz que Dios le comunicaba en el de la oración, parecía en el pulpito un san Pablo, predicando más con ostentación de espíritu y virtud divina que de palabras retóricas y compuestas, con que movía y penetraba los corazones de los oyentes en grande provecho de las almas; y más predicaba con el ejemplo de su vida seráfica, que con las suyas. Era hombre naturalmente de pocas palabras, y con la frecuencia de la oración y trato familiar y continuo con Dios, como otro Moisés, eran menos las suyas; pero en el pulpito se las administraba Dios con tanta abundancia y con tal energía y eficacia, que parecía un S. Juan Crisòstomo; fuera de él callaba tanto, que parecía mudo e idiota, pero en hablándole en materias de espíritu o de letras, se descubría era un pozo de ciencia de él y de ellas, que mostraba ser las noticias que tenía más infusas que adquiridas. Era muy dueño de sus palabras y de sus acciones, tan ajustado y compuesto en las suyas que sin exceder daba a todos cabal satisfacción. Tuvo don de consejo, y preguntado en materias graves eran acertadas sus respuestas, y acudían a él en las mayores dificultades, como a oráculo de celestial sabiduría. En lo que puso mayor cuidado fue en estudiar y entender la seráfica Regla que había profesado; y con su trabajo e inteligencia que le dio Dios de ella, que fue uno de los religiosos de su tiempo que tuvo mayor noticia de ella y que más llegó a alcanzar la mente de nuestro seráfico Padre. Y si fue el que de ella supo más, fue uno el que más bien la supo guardar, que a este fin la estudió con tanto rigor, que ni Observante ni Capuchino ofendió no sólo sus preceptos pero ni aún sus consejos, y lo que más procuró saber de ella fue su espíritu, obrando al paso que lo entendía; con que fue siempre un vivo retrato de un verdadero fraile menor e hijo legítimo del seráfico Padre, muy pobre, muy humilde, obediente y casto, singular en todas las demás virtudes que forman un religioso seráfico y evangélico y ejemplar, de quien las podían copiar los más observantes de la Regla seráfica. 78
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