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La otra cosa que se dice de él es un testimonio de su mismo confesor, del P. Roca, de quien ya hemos hecho memoria. Estando ya para morir, le daba pena lo que sabía en abono del P. Fr. Eugenio de Oliva, si no dejaba noticia de ello. Dijo a los Padres que le asistían: “Una pena (les dijo) me aflige, de la que daré ahora noticia y moriré muy consolado, de que la den a los Padres Capuchinos; díganles de mi parte, que estimen y veneren mucho al P. Fr. Eugenio de Oliva, que es más santo de lo que parece. Que yo le confesé generalmente estando estudiando en Gandía, y teniendo ya más de diez y ocho años, me admiró la mucha pureza de su alma; era la suya de ángel, y de serafín su virtud; no hallé hubiese cometido en toda su vida pecado mortal y es virgen como el día que nació, y santo desde niño; no dejen de decir esto a aquellos santos Padres, que a mí me ha sido de grande consuelo el haberlo dicho antes que muera; y le tengo grande confiado lo dirán a aquellos Padres”. Y lo cumplieron, dando de ello noticia a los nuestros; y merece todo crédito este testimonio de este santo Padre, y más dado a tal tiempo. Acabados los estudios de la humanidad en Gandía, volvió gran retórico, pero más santo a casa de sus padres. Como lo tenía Dios escogido para que le sirviese en la suya, dióle unos deseos grandes de ser religioso de nuestro seráfico P. san Francisco. No quiso ejecutarlos sin la bendición de su padre a quien siempre fue obedientísimo, manifestándole los suyos; y si al principio no vino bien en ello porque le quería para clérigo, como era temeroso de Dios y tan buen cristiano, considerando que el llamamiento de su hijo a la Religión era de Dios, no la quiso estorbar, concedióle su bendición, y con ella vino nuestro Eugenio a Valencia a pretender el hábito de nuestro seráfico Padre en el convento de Jesús de la Regular Observancia de Valencia. Tan clara fue la luz y tan hermosa la de su santidad, cuando comenzó a rayar en los primeros años de su edad, que se aventajó a la de muchos en los mayores, pero no se quedó aquí la suya; a ser mayor subió creciendo en resplandores de gracia, subiendo de su claro oriente a ser hermoso lucero en el estrellado cielo de la Religión seráfica y Regular Observancia, donde creció tanto la suya, que la ilustró con los 76
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