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hizo dueño de la lengua latina. Y para que se perfeccionara más en ella, rogó este mismo maestro a su padre le enviara al colegio de los Padres de la Compañía de Gandía, que prometía había de ser un grande sujeto si proseguía los estudios. Envióle su padre y logró muy bien el tiempo que estuvo en Gandía, no sólo aprovechando mucho en la humanidad con la enseñanza de aquellos Padres, pero mucho más en la virtud con su educación y ejemplo, que sin faltar a aquella obligación, se daba mucho más al estudio de ésta. Aquí, para darse más a la oración más quieta escogió para no ser visto la iglesia del convento de las señoras monjas de santa Clara, como más solitaria y más retirada; aquí pasaba todo el tiempo que no estaba en el aula. Y era la suya tan continua y dilatada, que olvidado de sí mismo, todos los días cuando el sacristán había de cerrar a mediodía y a la noche las puertas de la iglesia, siempre le hallaba solo de rodillas, en oración muy quieta delante del Santísimo, y cada vez le había de advertir que había de cerrar la iglesia, para que él saliera de ella. Aquí frecuentaba más los sacramentos, y eligió para su confesor el P. Roca, de la Compañía, varón de letras y virtud insigne, con cuya luz aprovechó mucho en todas las virtudes. Era dechado de todas, no sólo a los que estudiaban juntamente con él, sino a cuantos miraban su vida adornada de todas, viendo era su virtud mayor que sus años. Dos cosas notables se dicen de la suya en este tiempo, que estando oyendo misa en la iglesia de los Padres de la Compañía (costumbre que la observaba todos los días), estaba a ella con tanta atención y reverencia y composición del hombre exterior, que habiéndose trabado una pendencia muy reñida en la plaza de dicha iglesia, y acudiendo a ella mucha gente, hasta la que estaba en la iglesia, para estorbar los daños que de semejantes ocasiones se suelen tener, y siendo muchas las voces y ruido de unos y otros, y tropezando con él con las espadas tiradas los que se acogieron a la iglesia, que no se movió del puesto donde estaba de rodillas, ni aún volvió la cabeza a ver lo que pasaba; que lo notaron como admirable los que vieron tanto asiento y tanta de­ voción en tan poca edad, que dio motivo para que se hablara de su virtud y se alabara a Dios por ella, tan atento estaba al sacrificio de la misa y tan profunda oración. 75

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