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El que se le ganó mayor fue su santo y prudente gobierno, pues fue el suyo los seis años que fue Comisario General de esta Provincia y los tres que fue Provincial de las tres de España, Cataluña, Aragón y Valencia, el más acertado, de más útil a la Religión, y de mayor reforma que hasta su tiempo se había visto. No era el suyo suave ni riguroso tampoco, sino acompañado de una suavidad rigurosa y de un vigor suave que castigando dejaba agradecido y obligado al culpado, y perdonando le dejaba en obligaciones de ser bueno en adelante. Dotóle Dios de prudencia tan singular, que en cuanto ponía la mano todo le salía bien y a todos los súbditos tenía contentos. Pero su vida ejemplar y ajustada en todo a la pureza de la seráfica Regla y leyes de la Orden, era la que más obraba en ellos. A todos los actos y ejercicios de la comunidad era el primero; jamás faltaba al coro ni de día ni de noche, ni a las horas de oración, por cansado que llegase a los conventos del trabajo del camino. No quería los días que acostumbra nuestra Religión dar alguna cosa más fuera de la comida común a los religiosos huéspedes, fuera de un par de huevos en cáscara si los había; lo demás no lo admitía. Mostrábase con todos los religiosos llano, afable, apacible, aunque fuesen los más nuevos; a todos mostraba amor de padre y todos acudían aél a todas horas con confianza de hijos, a todos oía con agrado y consolaba a todos y los dejaba tan contentos que cada uno pensaba ser el favorecido, con que todos se iban tras él. Hacía unas pláticas a la comunidad llenas de espíritu seráfico, doctas, fervorosas, de las materias más importantes al bien de la Religión y de mayor provecho para adelantarse en la perfección religiosa. En lo que más apretaba era en la guarda de la pureza de la seráfica Regla, de la altísima pobreza, y singularmente jamás se cansaba en persuadir el ejercicio de la oración mental, cuya virtud había experimentado era toda la vida de nuestra Religión, y que sin ella era como muerta y sin ser de perfección, y que sin su ayuda de costa, no se podían llevar con gusto y con provecho sus rigores y vida penitente. Sobre este punto como tan esencial cargaba toda su consideración y todo su afecto en sus pláticas; no aguardaba los daños para remediarlos, sino que anticipadamente los prevenía con el remedio, no dando lugar a la menor relajación. 6 6
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