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que obró la primera piedra fundamental de su Iglesia, Cristo, diciendo que emparejó la gracia a la gracia de ella. Verbum quod erat in principio apud Patrem, quod educitur de sinu Patris in carne, qui aequat gratiam legis antiquae, gratiae Evangelii, ut aequale munus accipiat. Estos maravillosos efectos obró Cristo en la fundación de la católica Iglesia, por ser su primera piedra fundamental, que llegó a emparejar la gracia del pueblo judaico con la del gentílico, que fuesen ya no dos, sino uno solo con una misma fe y tan parecidos, que sin diferencia alguna tuviesen y gozasen la misma dicha, la misma grandeza y nombre de pueblo suyo. Semejantes a estas maravillas, vemos que obró en la fundación y fábrica espiritual de esta Provincia de Capuchinos de Valencia con la primera piedra fundamental que echó en sus fundamentos, del Padre Fr. Hilarión de Medinaceli, piedra escogida y de valor. La primera de doce que echó para los cimientos de la celestial Jerusalén, dice S. Juan que fue jaspe: primum fundamentum jaspis. Y el jaspe es piedra tan singular, que tiene las propiedades y colores de las demás, que por eso se llama ónix ¡apis. Piedra de jaspe fue el Padre Fr. Hilarión y el primer fundamento que echó Dios en esta Provincia tan singular, que tiene el valor, las propiedades y colores de todas las virtudes, y con el ejemplo de las suyas, con su prudencia y gobierno fundó y levantó el edificio seguro de esta Provincia con tanta perfección seráfica y evangélica, que hizo llegase a emparejar la suya con la primera de nuestra Religión con su evangélica pobreza en todas las cosas: en los edificios pobres de los conventos, en la vileza de los hábitos, en la humildad y desprecio de sí mismos, en el rigor y aspereza de la vida penitente, en la descalcez y duras camas de unas desnudas tablas, en la abstinencia y rigurosos ayunos, en el retiro y soledad de los pueblos, en el culto divino y divinas alabanzas de día y de noche en el coro, en la limpieza y aliño de las iglesias y altares y en la devota celebración de las misas, en la pobreza decente de los ornamentos sagrados, en la continua y fervorosa oración mental, en el silencio perpetuo, en la extremada modestia y composición del hombre exterior que era ejemplo y edificación a todos; 58
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