BCCCAP00000000000000000000162
tardes las pasaba en su celda, leyendo libros espirituales a que era muy aficionado, y de ellos había sacado muchos ejercicios espirituales en un cartapacio, que tenía a su uso y leía a este tiempo. En oyendo la señal para comer, iba al refectorio; no interrumpía su oración, dándole al alma su pasto espiritual. En habiendo dado las gracias de la mesa con la comunidad, se iba a la iglesia, y en su rincón, estaba un rato de oración delante del Santísimo Sacramento, y de allí se iba a su labor, donde toda la tarde pasaba guardando silencio, interiormente muy ocupado hasta la hora de la colación, o de la cena; y en acabando, luego se iba a la iglesia, ganaba la estación del cordón, rezaba sus devociones, hasta que tocaban a silencio, y tomada la bendición, se subía a descansar a su celda. Poniéndose tarde este sol para amanecer a media noche, habiendo dado la vuelta por el zodíaco de sus ejercicios espirituales, siendo su movimiento uniforme e igual todos los días, alumbrando el día y la noche con los resplandores de su concertada y bien empleada vida. Fuera de los actos de la comunidad, no le hallarían en otra parte, sino en su labor, en su oficina, o en la iglesia, en el rincón de la capilla mayor delante del Santísimo Sacramento. Por estas sus ejemplares virtudes, tenía dentro y fuera de la Orden opinión de gran siervo de Dios. Como a tal le veneraba toda la Provincia, y en un Capítulo, por sus muchos años y muchas virtudes, y principalmente por haber sido uno de sus primeros fundadores, ordenó que todos le diesen el título de Padre, que nuestra Religión no da sino a los sacerdotes, guardando la amonestación que nuestro seráfico Padre nos da en su testamento, diciendo que honremos y reverenciemos a los que nos administran el espíritu y la vida, que son los sacerdotes (cf. Test 13). Al P. Fr. Pedro no se le dio por esta razón, sino por las que están dichas: por haber sido Padre de la Provincia, con los ejemplos de su seráfica vida. Y como Padre la amó siempre y procuró sus mayores aumentos, y que se conservase en su nativo rigor y perfección, y no perdiese el glorioso nombre de santa, que tan a costa suya le habían ganado sus primeros Padres. Esto [palabra ilegible] siempre con los prelados, para que no permitiesen en ella la menor remisión. De los de fuera era tenido en la misma veneración. Mostró la que le tenía, don Francisco Sapena, señor de Vivel, de Caudiel y del Toro, que 195
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz