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mucho trabajo y sudor suyo, fuera de los que empleó en la cura de los pobres enfermos en los hospitales del beato Juan de Dios, siendo de su hábito, y lo que trabajó siendo limosnero y enfermero entre los padres descalzos. En los capuchinos también ejercitó su caridad con los enfermos. Siendo su enfermero, acudíales de día y de noche con notable cuidado a cuanto pedía su necesidad. El mismo los sangraba y aplicaba las medicinas, como enfermero, médico y cirujano, y para todos y para cada uno, sin diferencia. Asistía a su consuelo, como amorosa madre; jamás le vieron ocioso ni perder el tiempo, ni hablar palabras ociosas, ni decir mal de nadie. Cuando no tenía ocupaciones forzosas, se entretenía en remendar los paños menores de los otros religiosos; y cuando por sus muchos años no pudo más, se ocupó en desmotar la lana para la labor de los sayales. Estando siempre ocupado en ejercicios de caridad y en otras ocupaciones de la vida activa, no perdía de vista la contemplación; guardaba en ellas perpetuo silencio y su alma estaba atenta a Dios, ocupadas en él sus potencias cada una con sus actos propios. Tenía ordenada su vida y señaladas las horas del día y de la noche para sus ejercicios particulares, ocupando santamente todo el tiempo. Acostábase a las ocho de la noche, y levantábase a las once; luego bajaba a la iglesia y hacía una disciplina; y acabada, estaba en oración hasta que tocaban a maitines. Asistía a ellos en un rincón de la capilla mayor, lugar que había escogido para todos sus ejercicios. Allí rezaba los Padrenuestros de la Regla por aquella hora, y acabados, rezaba otras devociones. Dichos los maitines en el coro hacía otra disciplina; luego, hasta el amanecer, estaba en oración en su rincón, preparándose para la comunión, y encomendaba a Dios las necesidades de la Iglesia, las benditas ánimas de! purgatorio, y a los devotos y bienhechores de la Orden. Antes de amanecer hacía la tercera disciplina; después oía la primera misa, que se dice a los oficiales del convento, y en ella comulgaba con mucha devoción todos los días; y habiendo estado recogido un rato dando gracias, iba a ejecutar su obediencia o por la limosna cuando la pudo hacer, o a desmotar la lana; y en estos ejercicios exteriores continuaba su oración, guardando mucho silencio, hasta que se hacía la señal para comer. Los días de fiesta oía desde su rincón todas las misas, sin apartarse de él en toda la mañana. Las 194

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