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vivir de penas y de rigores, como conservarse verde la zarza en medio de las llamas del fuego, que la había de convertir en ceniza. Y no es maravilla, viniese tanto con lo que pudiera quitar la vida, él que vivía del gusto de padecer por Dios, quien jamás se vio harto de padecer penas por su amor, por conformarse con este Señor, que jamás se vio satisfecho de las que padeció por el de los hombres. Este Señor, puesto en cruz, era todo el objeto de sus pensamientos; y por parecerse a este original, eran todas sus ansias, por transformarse todo, en sus penas y dolores, y sentir en sí algo de lo mucho que este Señor padeció; y como conocía no podía llegar, todo lo que por su amor le parecía menos, todo lo amargo y desabrido de sus penas, bañado de su amor y de su sangre, se le convertía en dulce, y hallando dulces las penas padecidas por su amor, las apetecía y vivía de ellas. Todas las fuerzas de su espíritu con que llevaba el peso de tantas mortificaciones y penitencias las sacaba de la continua oración; y al paso que iba debilitando con ella las de su cuerpo, las cobraba aquel mayores; y destruy éndose el hombre exterior, el interior remozaba y se renovaba cada día más. Lo más de la noche pasaba en oración, en un rincón de la capilla mayor, delante del Santísimo Sacramento; y como ángel en compañía de los que siempre le asisten y adoran, les imitaba adorándole, y compañaba en las alabanzas y amorosos afectos del Señor, juntando los suyos con los de ellos; mirando y contemplando su fe, encubierta la majestad y grandeza de este Señor, que ellos miran y contemplan descubierta, de aquí recibía su alma las luces y noticias divinas, que después manifestaba en sus pláticas. De aquí tomaban aumentos grandes sus virtudes y hábitos tan grandes que tenía de ellas, por tantos y repetidos actos tantas veces por el discruso de tantos años. De aquí le venía tener su voluntad tan inflamada en amor de este Señor y de estar con él unido y transformado siempre, con incendios de caridad. De aquí le nacían los deseos de padecer más por él y los del bien de los prójimos. Y finalmente toda su perfección, que fue grande, sacó del continuo y familiar trato que tuvo con Dios en la oración. Los ratos que no vacaba atentamente a ella, los empleaba en los ejercicios de la vida activa, ocupado siempre en el humilde servicio y caridad de sus hermanos. Por espacio de cincuenta años les buscó el sustento con
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