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Dejó en toda la ciudad de Valencia fama común de varón santo, y en divulgándose en elia la de su muerte, acudió toda a venerarle como a tal. Fue notable e! concurso y sin tino el ímpetu con [que] concurrieron todos a nuestro convento, y tan desenfrenada la devoción con que se arrojaban a su cuerpo, tales las voces y el amontonarse unos sobre otros por besarle los pies y las manos, y por cortarle reliquias de su hábito, que se ¡o hicieron pedazos, y 1o dejaron desnudo, y fue fuerza ponerle otro. Apenas le dejaron pelos en la barba, ni se les podía quitar de entre las manos, ni se podía hacer el oficio de la sepultura, Y para que dieran lugar, fue necesario que el virrey, que era entonces ei señor marqués de Caracena, enviara toda su guarda, con cuya ayuda le pudieron defender del ímpetu desenfrenado del pueblo para que no le hicieran pedazos, y darle sepultura. Murió el año 1609, a nueve de enero. Fueron testigos abonados de la gloria que tiene en el cielo, los milagros que obró Dios por sus méritos después de su muerte, de que sólo haremos una memoria sumaria. Y el primero fue que estando aún en el féretro, llegó a él Luis Ferrer, ciudadano de Valencia, enfermo de unos lamparones, de que venía desconfiado de curar, por haber experimentado muchos remedios, todos inútiles; y tomando la mano del P. Fr. Narciso con mucha fe, encomendándose en sus oraciones, se la aplicó ai cuello y le pareció que se lo[s] arrancaban con grande violencia. Díjoselo a su madre que le estaba cerca, y ella con mayor confianza !e dijo: “Ten, hijo, fe que el santo Fr. Narciso te cura los lamparones”; y no se engañó la suya, que dentro de pocos días vio con alegría suya libre de los lamparones a su hijo. El licenciado Juan Bautista M irón, presbítero beneficiado en la iglesia parroquial de la ciudad de Valencia, se hallaba con unas calenturas muy molestas y antiguas de que por muchos meses no se vio jamás limpio. Con mucha fe en la opinión que tenía de la santidad del P. Fr. Narciso, implorando sus méritos, se puso sobre la cabeza el manto que le había servido en vida, y al instante se vio libre de ellas con entera y perfecta salud, de que a Dios y a su siervo dio las debidas gracias. 178
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