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El otro día por la mañana se fue al P. Guardián, que lo era entonces de nuestro convento de Valencia el P. Fray Hilarión de Medinaceli, y le pidió licencia para ir a la enfermería. Preguntóle que si se hallaba malo; y él le dijo: “Allá me voy a prepararme para morir”. Entró el P. Guardián en cuidado, hizo llamar al médico del convento; violo, y dijo que no tenía calentura, ni por los pulsos conocía en él mal alguno. Preguntóle qué era lo que sentía (y le pudiera responder con verdad: amore langueo\ mi enfermedad es de amor de Dios; muero porque no le veo, y su amor me quita la vida). Como él sabía era de amor esta su enfermedad, y no lo significaba con estos términos, no atinaban con la suya los médicos, que llamó otros el P. Guardián, y no hallándole calentura, y que le iban faltando las fuerzas y los pulsos; los que conocían su virtud fueron de parecer que el amor de Dios le quitaba la vida, que el fuego de este que le abrazaba el alma, la tenía tan puesta en Dios que iba desamparando el cuerpo y dejándole sin fuerzas. Y comunicándole su calor, le gastaba y consumía los espíritus vitales, y que este sin más enfermedad le quitaría la vida y moriría de amor de Dios. Penosa y dulce enfermedad, que atormentando deleita, y los deseos de ver a Dios afligen más que la más ardiente calentura, y muere mientras no muere, el que le desea ver libre ya de la cárcel del cuerpo. Con estas dulces penas pasó el P. Fr. Narciso todos aquellos nueve días de su enfermedad dulce y penosa, transportado fuera de sí y enajenado todo en Dios; gustaba estos días de estar solo, para comunicar más a solas con su Amado, a quien aguardaba alegre, para celebrar con él las bodas de la gloria. Acercándose ya la hora que sabía por divina revelación, había de ser la última de su vida mortal, pidió con instancia grande se le administrasen los santos Sacramentos; recibiólos todos, y al recibir el de la sagrada Eucaristía, mostró afectos grandes de fe, esperanza y caridad con el Señor que adoraba encubierto, y le visitaba corporalmente. Recibióle con mucha devoción y reverencia, y quedóse con él comunicándose a solas, creciendo más los deseos de verle, cuanto más cerca le tenía, sin dejarse ver. Ni quiso el Señor tener tanto tiempo penando a su enamorado siervo. Quiso consolarle, templando con su presencia visible sus amorosas ansias, apareciéndosele en forma de niño hermoso, y sin desaparecérsele se fue 176
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