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ilustróle también Dios con la gracia de hacer milagros, de que nos ha quedado corta noticia. El primero fue acompañando una vez al P. Provincial Fr. Serafín de Polizzi, se hospedaron en la villa de Algemesí, en casa de Onofre Bleda, hermano de la Orden. Su mujer estaba ya en días de parir; temiendo los dolores del paito, le pidió al P. Fr. Narciso la cuerda que llevaba ceñida, confiando tendría feliz parto si la tenía consigo. Excusóse el siervo de Dios, viendo el fin para que se la pedía. Pero el P. Provincial, por satisfacer a la devoción de aquella señora, mandó se la diera; obedeció al punto. Llegada la hora, al primer dolor que sintió, se la ciñó, y antes que llegara !a comadre, que la llamaron y vino aprisa, ya había parido, que lo admiraron la comadre y la misma parida; y todos los de su casa lo atribuyeron a ía virtud del siervo de Dios a la bendita cuerda de que estaba ceñida. Don Juan Villarrasa, caballero valenciano y muy devoto del P. Fr. Narciso, estando enfermo de unas calenturas muy ardientes, visitóle el P. Fr. Narciso, a quien rogó le encomendase a Dios para que le diese salud. Hízolo allí mismo, diciendo unas devotas oraciones por él. Púsole el cuello una cedulita con el nombre de jesús, diciéndole que tuviese mucha fe en él, que presto estaría bueno. Despidióse de él, y aún antes de salir de su casa, instantáneamente se halló libre del todo de las calenturas y tan perfectamente bueno, que dejó la cama y se levantó como si jamás hubiera estado enfermo. Doña Brianda Frígola, mujer de este caballero, había muchos días que padecía unos vehementes dolores de tripas que no la permitían descanso ni de día ni de noche. No hallaban los médicos remedio para su mal, después de haber hecho experiencia de cuantos les ofrecía su facultad. Visitóla el P. Fr. Narciso, cuya virtud tenía bien conocida, y confiando de su intercesión le rogó la tocara con su mano la parte en que padecía. Hízolo el siervo de Dios, prometiéndola que confiase en Dios, que pronto se le acabarían sus dolores; despidióse de ella, diciendo iba al convento a encomendarla a su Majestad. No había aún dado muchos pasos, después de haber salido de su casa, cuando se vio libre de los dolores y después no los vio más. 174
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