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Con este Niño Dios y hombre caminaba, trayéndole siempre con Sa consideración a su lado. Con é! se sentaba a !a mesa y comía con él, se acostaba y dormía, para velar y dormir con su amado Niño Jesús, que podía decir con David: In pace in idipsum dormiam et requiescam (Sal 4); dormiré y descansaré en paz con el mismo Dios. No se contentaba para esto de consideración y afectos interiores, sino que también los acompañaba de acciones exteriores. Las tablas desnudas que fue su ordinaria cama para dormir, adornaba cada tarde con flores, dejando sin ellas la parte en que él se había de acostar. Viole al echarlas un religioso nuevo y echó de ver el P. Fr. Narciso que le había visto, y porque no se admirara viendo echaba flores en la cama en que había de dormir, le dio satisfacción diciendo: “Hijo, no admires lo que ves, que esta parte donde están las flores no es para mí, sino para mi Niño Jesús que duerme aquí conmigo, y es muy justo adorne yo con flores la parte que le toca a él”; y se puede creer por cierto, pasaría como lo decía el siervo de Dios, que no sólo sería consideración y afecto suyo, sino que visiblemente le acompañaría durmiendo el Niño Jesús. La gracia de los éxtasis ya dijimos que pidió a Dios después que fue capuchino que se la quitara. Concedióseio de que no los tuviera en público, pero en secreto los tuvo muchas veces. Haciendo oración de noche en la celda, en que gastaba la mayor parte de ella, era tanto lo que se le encendía el fuego del amor en su voluntad y tanta la afluencia de dulzuras que sentía en la suya, que no pudiendo caber en su pecho su llama, desfogaba y rompía en afectuosas voces, diciendo de cuando en cuando con sentido suspiro: “ ¡Oh amores! ¡oh amores de mi alma!”. Oyólas una noche Fr. Pacífico de Teruel, religioso nuestro que tenía su celda al lado de la del P. Fr. Narciso, y que decía de cuando en cuando en voces muy altas: “ ¡Dulcísimo Jesús mío!” a que se siguió un silencio muy profundo; y sospechando había gozado algún celestial favor, quiso curioso salir de su sospecha, y muy quedito le abrió ia puerta de la celda. Y no sin admiración suya, le vio puesto en exceso mental, elevado y suspenso en el aire su cuerpo; y volviéndola a cerrar del mismo modo, se volvió alabando a Dios a su celda. A la luz del don de la contemplación alcanzó e¡ de entender y explicar verdades de los misterios de nuestra fe, que sólo se alcanzan 171

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