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Siempre iba arrojando a Dios afectos de encendido amor su corazón, con que se desfogaba el suyo y se encendía más su llama; y no pudiendo poner presa a los suyos, los pronunciaba la lengua y se le oían unos actos anagógicos, y unas flechas encendidas en ese amor: “ ¡Oh amores! ¡oh buen Jesús! ¡oh qué bueno! ¡oh qué grande es Dios!”, u otras palabras semejantes, acompañándolas siempre o con un encendido suspiro, o, con una grande admiración. Si tocaban a la portería, decía con alegría grande: “Amem a Deu que es lo que importa, i toquenfort a la porta Y si antes de llegar, volvían a tocar, dándose prisa decía: “Ya voy, amores, buen Jesús, ya voy”. Con esta consideración miraba al que llamaba, y con ella le trataba y escuchaba. Y como si mirare en cada uno de los que venían a la puerta al buen Jesús, les escuchaba, les respondía, les servía, y hacía con gusto lo que le pedían. Con los pobres que acudían a la portería, tenía mucha caridad. Hallaban en él padre y hermano que remediaba su hambre y consolaba sus almas, exhortándolos a que llevasen por Dios con paciencia su pobreza y necesidades. Cada día les hacía una olla de lo que para ellos había dejado a la mesa los religiosos; procuraba que estuviese muy limpia, y caliente se la administraba a mediodía; y como a la fama de su caridad y buen recaudo que les daba, acudiesen muchos, y también porque no estuviesen juntos hombres y mujeres, les tenía señalados los días de la semana, uno para ellos y otro para ellas. Y todos se iban contentos no menos del buen recaudo que les daba, que del buen modo con que se los daba. Visto lo que el P. Fr. Narciso hizo por Dios, nos queda ver lo que Dios hizo por él, pagándole aún en esta vida lo que hizo por él. Que no lo libra su Majestad todo para la otra; en esta suele anticipadamente dar a sus mayores amigos unos gajes de la otra, con que les entretiene mientras no llega la hora de darles toda la paga. Llegó a él a la portería de Valencia una pobre mujer a pedirle una col, y como si fuera el mismo Cristo el que se la había pedido, fue con mil gustos por ella al huerto; entró en el campo donde estaban, y vio estar entre ellas al Niño Jesús más hermoso que el sol; y robado su corazón de tanta belleza, se fue para él para tomarle entre sus brazos y apretarle entre los suyos. Y 169

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