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con su ejemplo, a los de adentro acudía con su caridad, remediando fes necesidades de todos y las de cada uno en particular. No le pedía religioso cosa que no se la trújese luego; y diciéndole una ve¿ el compañero por qué no les preguntaba si tenían ya licencia del prelado para lo que le pedían, respondió: “Eso no me toca a mí, cuando llega ; a pedirme lo que han menester, juzgo que ya tienen licencia para ello”. No aguardaba que los oficiales le pidiesen lo que habían menester para servicio de la comunidad; él mismo se lo preguntaba, y puntualmente les traía lo que le habían pedido. No era cansado en pedir, antes pedía siempre menos que lo que había menester, y pedía con tan buen térmiíivj. y tanta cortesía, que los dejaba igualmente edificados y ganosos de darle más que lo que les pedía; y todos le deseaban dar, y les parees« veían un ángel entrar por sus puertas, cuando les entraba a pedir. No salía del convento si no había necesidad que le obligase; los días de fiesta todos los pasaba en casa en oración y retiro; jamás dejó de le vantarse a media noche a maitines por cansado que estuviese, y retirándose a la iglesia, guardaba en ella la postura en que estaban los del coro; si estaban en pie lo estaba él también, si sentados o de rodillas, hacía él lo mismo; oía todos los días la primera misa y comulgaba a ella con notable devoción. Su humildad era grande, teniéndose por inferior a todos. Cuando salía del convento a su limosna, si era corista el compañero que llevaba, y venerando su virtud, años y canas, le daba la mano derecha, en manera alguna la que. tomar, y entre los dos pasaba por el puesto más humilde; una humilde contienda, pero siempre vencía la humildad del P. Fr. Narciso (esto era muchos años antes del decreto del Pontífice); y no se contentaba con su cuidado, sino que rogaba a los prelados que se lo mandasen a los coristas, sus compañeros, para evitar la cotidiana porfía, de que no Se diesen el lugar que no le tocaba, en que se manifestaba la humildad, cortesía y reverencia que le debían ellos por su santidad, que mostraba ser verdadera la suya, mostrándose humilde, honrando los compañeros aunque fuesen más nuevos. Pero cuanto más huía él de las honras, le seguían a él más las honras, honrándole no sólo Dios sino los hombres también. Miraba*, en él talento y prendas para ocupar cualquier puesto de la Religión, prudencia grande, grande capacidad, grande observancia de la seráfica
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