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Algunos años después de la segunda vez que profesó en la Orden la seráfica Regla, envió nuestro M. R. P. General Fray Jerónimo de Sorbo sus despachos a los Padres Provincial y Definidores de la Provincia de Cataluña, para que enviasen algunos de sus religiosos, para que lindasen la de Valencia y propagasen en aquel reino la Religión. De seis Padres de que hicieron elección como piedras fundamentales de su espíritu ai edificio, fue uno el P. Fr. Narciso de Denia; argumento de su grande y notoria virtud, pues para semejante empleo no se suele hacer sino de los mejores y de vida más ejemplar; y fuélo para el fin del atento, con los ejemplos de la suya, con su prudencia y su gobierno. En todos sus ejercicios, siempre le miraron igual, continuándolos con el mismo tenor; su abstinencia siempre fue de la misma manera, no comía carne, sólo comia la escudilla, raras veces tomaba la pitanza, y con la {ruta, si la había, y no comía más. Jamás pedía nada de lo que le faltaba a la mesa ni se quejó jamás de la comida, si estaba mal o bien guisada, de la suerte que se la ponían delante la comía; y para mortificar más el gusto en la ensalada fuese cruda o cocida, jamás echaba sal ni aceite ni vinagre. Fue el primer limosnero que tuvo este convento de la Sangre de Cristo de Valencia, y de cuya virtud fio la Religión su crédito; en su entrada y primeras vistas en esta ciudad, ganóle grande, para ella y para sí, con su ejemplo, modestia religiosa y mortificación de sus sentidos, y mucho más con su celestial conversación robaba los corazones de los que gozaban de la suya; y las palabras de su boca, como salían de su corazón abrasado en amor de Dios, encendían en el suyo los de los que le oían; a todos dejaba edificados con las suyas, y iodos le miraban como a varón santo. Iba siempre tan enamorado de su buen Jesús, que en oyendo su nombre se derretía en gozo su corazón, y sin poder poner freno a su afecto, se derramaba todo en sus divinas alabanzas; e iba siempre tan atento a Dios que cuando iba por las calles pidiendo la limosna del pan, si le preguntaban qué era lo que buscaba, respondía con afecto grande: “Busco a mi buen Jesús”, siendo su amor parecido al de la esposa que decía en el tercero de los Cantares; Levantaréme y daré vueltas a la ciudad, y por sus calles y plazas buscaré al amado de mi alma. Y si a los de afuera satisfacía 164
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