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tan admirable, abrazando y ajustándose en todo a las leyes del nuevo estado de capuchino, que olvidando y dejando a las espaldas cuanto hasta allí tenía andado en servicio de Dios, como si no hubiera dado aún en él e! primer paso, instituyó una nueva y admirable vida, procurando echar mayor perfección a las virtudes con que había venido. Parecíale había llegado su espíritu a su centro con tantos y tan perfectos medios como había hallado en la Capucha para mayores aumentos del suyo, tantos ejercicios de humildad, tantos de penitencias y de mortificación, tañía y tan extremada pobreza, tantas horas de oración, tantos y tan grandes ejemplos de santidad entre ¡os religiosos, tanta devoción, tanto retiro y desprecio de sí mismos. Estaba que no cabía de contento, dábale a Dios infinitas gracias por haberle traído entre tan bendita gente; en todo miraba a Dios, todo despertaba su mente y afecto a Dios, y en todo hablaba a Dios y en todo estaba bien hallado, porque hallaba a Dios que había buscado. Lo que más bien le pareció de la capucha fue el espíritu común que era el seguir con perfección todos los actos comunes de la Orden, y que aborrecía la singularidad de los espíritus, huyendo de la ostentación que suele granjearles alabanza y opinión; y para conformar su espíritu con el humilde y más perfecto de toda ella, suplicó a Dios con repetidas lágrimas e instancias para que le quitara el singular que le comunicaba de raptos y excesos mentales, para que su ostentación no ofendiese su humildad, ni la de la Religión. Solicitó para esto las oraciones de la comunidad; oyó su Majestad los ruegos de ella y satisfizo al deseo humilde de él, quitándole en adelante, en público, la gracia de los raptos, no cuanto a la sustancia de ellos sino cuanto a sus públicas apariencias; gozaba su alma en lo secreto de su interior las visitas de Dios y del incendio de su amor, pero no perdía los sentidos ni salía fuera de sí a vista de los demás, aunque en secreto y en el retiro de la iglesia y de su celda ¡os tuvo como antes muchas veces. Pagábase más de lo sólido de las virtudes y de! fino amor de Dios, que de lo deleitable de su servicio, amándole a él por él, y no por el deleite que sentía en amarle; antes cuanto con menos ayudas de costa le amaba, sentía le amaba más de veras y que era más perfecto este amor, aunque siempre descontento de sí y de su amor, juzgando que no amaba, sino que deseaba amar, y que nunca comenzaba. 163
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