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daba en ella de sí y de sus perfecciones, iba siempre abrasado de su amor, que más parecía serafín criado entre los de! cielo, que hombre mortal nacido en la tierra, porque su humildad, su pobreza y obediencia, su abstinencia, el rigor y penitencias de su vida, todas estas virtudes eran hijas del amor que tenía a Dios, y las que eran tan mo­ rales, eran más y más sobrenaturales. El amor divino era el que se las hacía obrar, y el blanco que miraba en todos sus ejercicios era el amor de Dios, siendo en él continuo u ejercicio, ardiendo siempre sin apagarse en su pecho la llama de ese divino fuego. A este fin ordenaba todas sus acciones, sin que se le escapase la menor, y de cuantas cosas se le representaban a sus sentidos, de todas sacaba amor y divinas alabanzas; todas las criaturas le ofrecían motivos de amor, y todas le servían de leña con que cebaba de continuo este fuego, y con que crecía más su llama. Sabía muy bien su íntimo amigo y secretario de su espíritu el P. Fr. Nicolás Factor, el don de contemplación que Dios había comunicado al P. Fr. Narciso, y el continuo incendio que de su amor ardía en su pecho; y por esto, con alegría grande le llamaba: “mi Serafín”, siempre que le topaba o hablaba de él. La fuerza de este incendio le sacaba muy de ordinario fuera de sí; en hablar de Dios, o en oír hablar de él, luego estaba en éxtasis mental fuera de sí. Fue una vez acompañar a predicar al P. Fr. Nicolás Factor a un lugar de la huerta de Valencia que se llama Burjasot, y fueron tan altas las cosas que dijo en el sermón, y con tanto espíritu y afecto, que el P. Fr. Nicolás que las predicaba, y el P. Fr. Narciso que las oía, ambos quedaron arrebatados, el uno en el pulpito y el otro en su escalera, por espacio de dos horas. Otra vez estando día del Corpus en la iglesia mayor de Valencia para salir con la procesión, oyendo la música de la capilla, quedaron los dos también arrebatados. En otra procesión que se hacía en su convento de Jesús, llevando Fray Narciso uno de los candeleras al lado de la cruz, se quedó inmoble en éxtasis, y hubo de pasar adelante la procesión. Y eran en él estos excesos mentales muy frecuentes. Cuán del gusto de Dios fuesen los deseos y afectos de amor del corazón del P. Fr. Narciso, lo manifestó su Majestad en un casi bien raro y favor singular que le hizo. Estaba un Jueves Santo por la 161

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