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hay duda sino que serían parecidas a las demás de su admirable vida, y siendo vaso escogido de Dios, se corresponderían los principios con los medios y fines de la suya. Estudió en ellos la lengua latina, y la aprendió y entendía muy bien. Llamóle Dios a la seráfica Religión, y tomó el hábito de la regular Observancia en el convento de Jesús de la ciudad de Valencia, para el coro, donde resplandeció con perfecciones de varón seráfico y evangélico. Su mayor cuidado era cómo sería más humilde, y viendo que el estado de los religiosos legos lo era más, por estar diputado al servicio de los del coro, llevado del amor de la humildad, hizo grandes instancias con aquellos Padres por serlo; pero considerando su mucha capacidad, su ingenio, su habilidad y mucha virtud, juzgándolo por tentación de nuevo en la virtud, procuraron divertirle de ella. Repitió con más veras las instancias, y los Padres las persuasiones, por las prendas que veían en él, que prometían había de ser sujeto que había de honrar la Religión. Iban dilatando su deseo, por ver si mudaría de parecer; pero estuvo tan firme en el primero, que por última resolución les afirmó que si allí no le admitían en el número de los legos, se iría a serlo a otra Religión. Juzgaron debía ser impulso de Dios, y por no perderle y por consolarle, hicieron con poco gusto lo que con tan repetidas instancias les había pedido, y después de ocho meses de corista, le pusieron en el número de los legos. Rara humildad a los primeros pasos que dio en la escuela humilde de la Religión, con que imitó los de Cristo, que dijo que no había venido al mundo a ser servido, sino a servir a todos; y como los pensamientos del P. Fr. Narciso se encaminaban a una grande perfección, para que fuese firme y estable, quiso echar por base segura la piedra de una sólida humildad, con este acto tan heroico de ella. Pero al paso que él se humilló, le engrandeció Dios e hizo celestiales favores. Al cabo de los doce meses de su probación, profesó en aquella sagrada Religión la Regla seráfica. Estuvo por espacio de nueve años en la regular Observancia, con opinión grande de santidad, que campeaba la suya entre la de muchos que la tenían grande. Resplandecían en él todo linaje de virtudes en grado heroico, y por las suyas le concedió Dios el don de la contemplación, concedido a pocos, y con las luces celestiales que le 160

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