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ocurrían en el gobierno. Vióse esto en muchas ocasiones. Referiremos una por las demás, impuso a un súbdito cierto empleo a todas luces justificado» pero tan mal recibido del que Se había de ejecutar, que no sólo se negó a la obediencia» pero poseído de un mal espíritu se explicó con palabras a la verdad ajenas de lo que pedía su obligación. Con las más suaves y cariñosas intentó el varón santo rendir aquel ya casi despeñado albedrío» imitando a Dios que procura rendir los nuestros antes con medios blandos que rigurosos. Perseveró tenaz el súbdito con grande sentimiento de los que sin pasión conocían cuán razonable era el precepto y cuán injusta la resistencia. Pedían a Dios con copiosas lágrimas y caritativa oración moviese a penitencia aquel ánimo inobediente. Pedíalo aún más tierno y compadecido el P. Provincial, ofreciendo en su interior sacrificios fervorosos de caridad por aquella oveja descamada. Díjole entonces el compañero, que era acaso de más rígida condición: “¿Por qué, oh Padre, íoieras tanto, y no nos has mandado ya enterremos vivo a este hombre? -Porque es oveja de mi rebaño (respondió fray Gregorio) y he de dar de ella cuenta exquisita a Dios, que en su santa Escritura dice que no se ha de quebrar ni destrozar la caña hendida, ni apagar del todo el leño que humea. Está ciego este fraile, y casi a las puertas del mismo infierno. Apretarle con la autoridad del oficio, fiiera acabar de precipitarle, y es daño horrible la perdición de una alma, por la cual dio la vida un Dios”. Había el Provincial de partirse luego de aquel convento y despedido ya de la comunidad, se volvió al reo de tantas culpas, y le dijo: “Con mi autoridad queda un religioso de esta familia, para que si te reduces a mejor acuerdo, pueda absolverte. Por las entrañas de Jesucristo Crucificado, te pido, hermano e hijo mío (prosiguió abrazándole y puesto de rodillas delante de él), que te acuerdes de que ha hecho un voto de obediencia, y que respeto de él es Dios tu acreedor, que tiene un infierno con que te podrá castigar, si perseveras en tu dictamen. Ríndete, carísimo hermano, a su voluntad y Sa mía, y rompe la prisión en que yaces, que ahora puedes si das 152
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