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ateniéndose en manera alguna ai parecer de oíros religiosos mi en cuanto a la elección de s itio ni en cuanto al modo de edificar los conventos. Por eso desgraciadamente casi iodos los levantados durante su mandato tuvieron que ser luego reedificados y, lo que es aún peor» fue forzoso cambiar de sitio por resultar insana d primero. Además, no puede alabarse en ¡manera alguna su intolerante empeño en no p e rm itir que el gobierno de Castilla pasase a manos de religiosos de la Custodia, sino que fuese gobernada por italianos, cuando había ea e lla sujetos suficientemente capaces. Por eso tenemos que decir, aun con dolor, que en medio de sus virtudes y bellas cualidades, que somos los primeros e s reconocer, fue sobradamente am igo de armar intrigas y de quedar luego bien con iodos, de congraciarse con los superiores para justificarse a sí mismo, aun a costa de ios demás . Todo e llo le acarreó, como no podía por menos, enemistades y despegos, y, aun po r desgracia, desprecios de parte de los religiosos. El m ismo Felipe III, su am igo y confidente antes, le re tiró su g racia y am istad. V iv ía ya desde 1617 en el convento de San A n ton io muy enfermo, sin decir m isa, casi sin poder moverse, pero entregado de lleno a Sa oración; po r la mañana se le llevaba al coro y allí se estaba la mayor parte del día. E l Patriarca, O. D iego de Guzmán, enterado de su situación fís ica y m oral, le persuadió marcharse de C a stilla ; el P. Serafín comprendió a su vez la conveniencia, y, con pretexto de tomar baños en Alicante y buscar clim a más benigno, salió de la corte aun aparentemente con honra. E l Patriarca le consiguió un coche de las reales caballerizas y que pudiese po r despedida besar la mano del rey, quien le hizo merced de una nobleza de m il ducados para que se le hiciese en nuestro convento de Alicante una celda. 146

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