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escoger. Por eso preferimos citar la autoridad dei P. Anguiano, de quien son estas alabanzas: "Su ejemplar vida era un espejo cristalino que manifestaba a propios y extraños la imagen de un perfecto Fraile menor y verdadero imitador de N. P. S. Francisco. Su lecho fueron siempre dos desnudas tablas. Andaba sin sandalias, aun en el rigor del invierno. Ayunaba casi todo el año, y a solo pan y agua muchísimas veces, y en algunas Semanas Santas pasaba sin comida alguna. No usaba de la túnica que concede la Regla, por más que los hielos le atormentasen. Tejido de puntas de acero un cilicio, era su inmediata y continua cruz, a que añadía, sin compasión alguna de su débil y macerado cuerpo, sangrientas y dilatadísimas disciplinas. Su oración era continua, y peregrina su paciencia y humildad". Pero ya desde que los Capuchinos se instalaron en la casa del duque de Lerma en 1610, comenzó el P. Policio a padecer de gota, enfermedad que le aquejó luego toda la vida. Es verdad que al principio no le impidió seguir con el cargo de Comisario y llevar a efecto las fundaciones de los conventos ni aun visitarlos; pero poco a poco el mal fue avanzando, hasta el punto de que le era forzoso guardar cama casi de continuo, y únicamente por carta podía gobernar los religiosos. Aun allí, en el retiro del convento y de su celda, era visitado de los Grandes de España, títulos y Prelados y también del mismo Felipe III que no se desdeñaba de sentarse en la esquina de su tarima y pasar allí largos ratos de conversación. El P. Policio estuvo gobernando Castilla hasta 1617. Cierto que, en vista de su enfermedad, presentó varias veces la renuncia de su cargo y que por circunstancias especiales no se vio hasta ese año libre de prelacias; pero, no obstante poseer muy bellas dotes de gobierno, también forzoso es confesar con amargura que en el desempeño de su cargo no fue tan desinteresado ni tan imparcial como fuera de desear, sino, al contrario, muy absoluto, y sobradamente partidista. Por ello no faltaron disgustos entre los religiosos, disensiones y frecuentes quejas a los superiores de la orden, como ya hemos hecho notar. Fue por otra parte el P. Serafín muy aferrado a su modo de pensar y de ver las cosas, particularm ente en cuestión de fundaciones, no 145
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