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En este primer Capítulo se eligieron efectivamente cuatro Definidores y se designaron, también por elección, los superiores de los distintos conventos y casas, quedando de ese modo el gobierno del Padre Policio no tan absoluto ni centralizador. Con ello se aquietaron de momento los ánimos, pero los religiosos no dejaban de sentir que el P. Comisario no pudiera hacer por sí mismo la visita, gobernando por cartas los conventos distantes, y por esta causa no faltaban quejas. Y, como todas las cosas tienen su límite, bien fuese porque reclamasen los mismos religiosos o quizás porque el propio P. Serafín puso de nuevo la renuncia de su cargo con mayor insistencia, lo cierto es que de la noche a la mañana se recibió la noticia de haber sido nombrado nuevo Comisario en la persona del P. Iluminado de Mesina, italiano. Dicha noticia causó en todos muy mala impresión; no era precisamente esa la solución que se pretendía sino que el gobierno lo desempeñase uno de los religiosos españoles. Por eso no faltaron quejas y murmuraciones y hasta el mismo P. Serafín no lo llevó a bien. Inquietos y desasosegados los ánimos, se tomó la decisión de acudir al Rey para que prohibiese al nuevo Comisario su entrada en Castilla y el ejercicio de su cargo. El P. Iluminado que había desembarcado en Cartagena y que, ignorante de lo que pasaba en la Corte, dirigía sus pasos a Madrid, se encontró en la Mancha con el P. Juan de Valladolid, que le hizo presente la decisión del Rey. El, sin inmutarse ni llevarlo a mal, la acató, pero, en vez de volverse a Italia, pidió venir a Madrid con objeto de descansar de su viaje y esperar órdenes del P. General. Prosiguió su camino hasta la Corte a donde llegó a fines de junio de 1616. pero fue tal su comportamiento en el convento de San Antonio del Prado y los raros ejemplos de humildad, pobreza y observancia regular, que dio, y tal la afabilidad y dulzura con que trataba a los reli­ giosos, que los mismos que habían intervenido para aquella intromisión del Rey, estaban más que arrepentidos. También lo estaba a su vez el P. Serafín, quien, para congraciarse con el P. Iluminado, le prometió su apoyo e influencia para conseguir la revocación de aquella determi­ 140

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