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No solamente por el concepto de 1a santidad del P. Serafín, que los eglares de cualquier condición se habían formado se debe reconocer la undación del primer convento de la Provincia de Castilla en Madrid, ino por otros motivos también. Es digno, sin embargo, de especial aemoria el edificado por la real munificencia del Rey Católico Felipe 'II en el lugar llamado el Prado, donde se halla el coto reservado de •aza de ios Reyes Católicos, ya que en aquellos contornos hay una «ntidad grande no sólo de animales salvajes, sino también de volátiles y de peces. Aquí también se distinguió la preocupación del P. Serafín por la observancia de la santa pobreza. Ya que habiendo establecido la Majestad de Felipe III erigir el convento según su real munificencia, el P. Serafín se empeñó tanto que obtuvo fabricarlo según la pobreza capuchina. No quedó limitada la premura de edificar conventos en Castilla solamente, sino que el P. Serafín se preocupó por dilatar su instituto en otras partes de España en la que era desconocido, y lo consiguió, extendiéndose con la fábrica de los conventos también el nombre del P. Serafín y la fama de sus virtudes. No podía ser de otro modo, ya que a pesar de que su profunda humildad, de la que desde los primeros días de su vida religiosa se hallaba adornado, procurase ocultar las demás virtudes y esconder los dones de Dios, quiso no obstante el Señor que la perfección de su siervo apareciera a los ojos de todos, ya que además de otras enfermedades, a las cuales se veía sujeto, era de cuando en cuando aquejado por los atrocísimos dolores de la gota, sufridos por él con una perfecta resignación y sufrimiento. Y porque durante el in vierno la celda en la que habitaba estaba expuesta más que las otras a ’a inclemencia de las estación, se volvió también paralítico. Viéndose oor ello inhábil para visitar la Provincia, con gran fatiga consiguió del P. Pablo de Cesena, entonces General, descargarse del gobierno de los religiosos para atender únicamente a purgar la propia alma de las machas, de las cuales, al decir de S. León, se hallan manchadas las almas incluso las más cautas y vigilantes. 8 . Dedicado a sí mismo, es increíble el ardor con el que el P. Serafín se dedicó a cultivar su espíritu con el ejercicio de las virtudes ?tás sublimes. No sabía separarse un solo momento de la oración, en la
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