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esta tiemísima devoción hacia nosotros, en vez de disminuir con el transcurso de los años, aumentaba y crecía cada vez más, preocupándose los hijos vivos de superar la inclinación de los padres y de los abuelos hacia los capuchinos. Terminada la fábrica del convento siguiendo la más rígida pobreza, dado que el P. Serafín regía la Provincia de Valencia en calidad de Ministro, llamó de la misma a 20 sujetos, con los cuales formó la familia del primer convento construido en Madrid. Reunidos allí los religiosos en el nombre del Señor fue admirable el buen olor de san­ tidad que difundieron en la corte y en toda la villa real de Madrid. Ocupados día y noche en las divinas alabanzas, cantaban el oficio divino con tal reposo que movían a devoción y con tal fervor ofrecían el santo sacrificio de la misa que los cortesanos solían decir como proverbio que para asistir a la misa de un capuchino hacía falta rodillas de hierro. Frecuentes eran las disciplinas con las que laceraban sus cuerpos, y la abstinencia era llevada hasta el extremo que ya no puede sobrepasarse sin pecado. Durante el adviento y la cuaresma, el lunes y el miércoles no se veía en la mesa, además del pan y del vino, más que ensalada cruda y alguna fruta; y todos los viernes pasaban con sólo pan y agua. Era extremo su retiro, ya que nadie salía del claustro sino obligado por la obediencia o la caridad. Por ello en la primera aparición en público de los capuchinos, los grandes y los pequeños, los nobles y plebeyos se agolpaban para besarles el hábito y la mano, y muchos incluso lo realizaban de rodillas. No es extraño, pues, que a la vista de las virtudes ejercitadas por estos primeros religiosos y especialmente por el P. Serafín, que se había adquirido ante todos un gran nombre, no solamente el Rey Católico y la familia real dieron muestras de su predilección por los capuchinos sino también todos los Grandes del Reino manifestaron su devoción, viéndose cambiados con estupor del pueblo los más fieros perseguidores en protectores y los más interesados por nuestro progreso. 129