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Provincia de Valencia, cuando llegó a aquellas tierras el P. Jerónimo de Castelferretti, General de la Orden, el cual informado plenamente de las costumbres óptimas y de la habilidad del P. Serafín, se lo llevó consigo a Madrid para servirse de él en la fundación de la Provincia de Castilla. El P. General había obtenido del Rey Católico Felipe III el permiso de construir un convento de ia Orden en Madrid; pero era necesario que el consentimiento real fuese aprobado por el Real Consejo. El demonio, que usa todo arte para impedir las empresas que pueden revertir en gloria de Dios, puso en acción todo su maligno talento para impedir la aprobación del Consejo Real, en el cual no pocos eran los votantes contrarios a los capuchinos, y que además se empleaban en enconar contra ellos a los que todavía no eran propensos a ello. Cada día nacían nuevas dificultades, y el asunto se alargaba más de lo que hubiera querido el P. Serafín, el cual no dejaba de intentar medio alguno para conseguir lo buscado. Viendo, pues, que ios medios humanos resultaban inútiles, se dirigió al cielo, imploró la protección eficaz del taumaturgo de Padua, obligándose con voto a dedicar a Dios la iglesia del primer convento bajo su glorioso nombre. Mientras tanto crecían las oposiciones, y cada día salían nuevos libelos famosos llenos de calumnias contra los capuchinos, hasta tal punto que aparecía como desesperada la fundación de! convento y de la Provincia. El P. Serafín multiplicaba las oraciones, y cuanto más crecían las dificultades tanto más aumentaba su confianza en la intercesión del santo de Padua por cuyo patrocinio en el día dedicado a S. Buenaventura se obtuvo finalmente el rescripto favorable, y poco después fue solemnemente enarbolada la cruz con la intervención del rey, de la reina, de la familia real, y de toda la corte; queriendo además la reina que, para hacer más devota y magnífica la erección de ia cruz, concurrieran también ios Padres Menores Observantes y ios Padres Carmelitas Descalzos. 7. No podemos dejar de mencionar aquí la liberalidad de la católica Corte y de todos los Grandes de España, y especialmente del duque de Medinaceli, que para demostrar el afecto que tenía a los capuchinos, quiso que se fúndase el convento en su propio palacio, para gozar de cerca de su santa conversación, y tenerlos prontos en toda necesidad; y 128

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