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e! tiempo que había dedicado a ios negocios de ia corte, y multiplicando las buenas obras procuraba redimirlo. 6 . Pero Dios, que lo había elegido para cosas grandes, quiso que fuese elegido Provincial en la Provincia de Valencia en el primer Capítulo celebrado por elia; por lo que tuvo que abandonar de nuevo Italia y dedicarse a regir dicha Provincia. Fue acogido por aquellos religiosos, los cuales conocían bien su santidad y prudencia, como ángel enviado por el cielo; se abandonaron enteramente en sus manos, bien persuadidos que aquel padre amoroso no quería de ellos más que el provecho espiritual de cada uno, y la exacta observancia de la Seráfica Regla. Emprendió la visita de la Provincia en cada convento, estableciendo con sapientísimas ordenaciones la regular observancia. Viendo que en la nueva Provincia no existían todavía los estudios, en los cuales se introdujeran los jóvenes en las ciencias escolásticas, que además de llenar de esplendor a la Orden aportan no poco fruto a la iglesia y a la religión católica, obtuvo de su Provincia de Paiermo que fuese destinado en aquellas partes en calidad de Lector el P. Vitíorio de Paiermo, hombre doctísimo en toda clase de literatura y de costumbres verdaderamente seráficas, bajo cuyo magisterio bien pronto contó la Provincia de Valencia con hombres insignes en las cátedras y en los pulpitos, de los cuales pudo servirse para enseñar a ios demás, y adquirir gloria y esplendor, destinándolos a predicar en los pulpitos más insignes del Reino. Para animar a los religiosos a estudiar y hacer fecunda a aquella Provincia madre de hombres ilustres no menos en piedad como en doctrina, amaba mucho y favorecía a Sos religiosos dedicados al estudio y los ayudaba a fin de que también en las ciencias y en la predicación fueran perfectos. No puede explicarse con qué celo, pero al mismo tiempo con qué prudencia, gobernaba aquella Provincia. Se preocupaba ciertamente de la regular observancia, no dejaba pasar sin castigo el mínimo defecto, pero usaba tal prudencia y evangélica destreza con los débiles e imperfectos, que incluso en medio de los castigos se cautivaba el afecto de ellos, ya que sabía acomodar su celo a las circunstancias de ia culpa y del culpable. Había transcurrido ya año y medio desde que el P. Serafín gobernaba óptimamente la 127
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