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en los demás días una vez con una cadena de hierro. En las vigilias que preceden a las fiestas de la Santísima Virgen, a la que profesaba una espacial veneración y amor, ayunaba a pan y agua, y se disciplinaba ásperamente en público refectorio. De él aprendió la Provincia de. Valencia y la de Castilla la laudable costumbre de ayunar todos ¡os sábados del año. 5. Mientras con tantos ejemplos de virtud establecía nuestra Congregación en el Convento y en ía Provincia de Valencia, D. Francisco Pimeníel, conde de Benaveníe, que gobernaba en calidad de virrey aquel reino [de Valencia], fue destinado por el Rey Católico Felipe OI corno virrey de Nápoles. E¡ prudentísimo conde no quiso marchar a Nápoles sin ¡a compañía del P. Serafín, y para su dicha se debió felicitar por haber elegido un consejero tan prudente, tan docto y tan querido de Dios; pues habiendo recibido orden de su rey de afanarse para que en e¡ cónclave, reunido después de la muerte de Clemente VIH, fiiera elegido el cardenal Borghesi, el conde no encontró sujeto más hábil para llevar a óptimo fin el escabroso asunto que nuestro P. Serafín, y por ello lo envió a Roma con las instrucciones necesarias. Fue recibido por el Sacro Colegio con todas las demostraciones de estima y de honor, y fue tanta la eficacia de sus exhortaciones, tal la prudente destreza que usó en los manejos, que partió de Roma contento por la elección como papa del sujeto deseado, que se llamó Paulo V; por eso el conde de Benavente, hablando de nuestro siervo de Dios, solía decir: "El Padre Serafín sabe hacer los Papas". Cansado de la Corte, y deseoso de la soledad, en la que encontraba sus delicias, ya que lejos de los compromisos del mundo más estrechamente se unía con Dios, tanto rogó al virrey que finalmente obtuvo, aunque con gran fatiga, la facultad de retirarse a su Provincia de Palermo, donde más resueltamente se dedicó a 1a adquisición de la perfección más sublime despreciando todos los honores que ie mostraban los príncipes y magnates, para estar abrazado a la cruz de Jesucristo. Habitualmente permanecía solitario en su celda dedicada a la santa oración, en la que trataba familiarmente con su Dios, y lloraba 126

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