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que por su mucha virtud tenía en la Religión, en los primeros años de la suya, fácilmente se deja entender, pues haciéndose en nuestras Provincias de Italia elección de religiosos perfectos para su propagación en España para que con su ejemplo y rigor de vida seráfica echasen en ella firmes y seguros fundamentos de vida evangélica, uno de los escogidos fue el P. Fr. Serafín, que fue enviado de su Provincia a la nueva fimdación de la de Cataluña, donde su virtud y prudencia se señalaba tanto que fue nombrado Maestro de novicios entre tantos y tan insignes Padres que de varias Provincias de la Orden habían venido a su fimdación, varones todos insignes en santidad. Administró este ministerio con tanta satisfacción y cuidado, que le dio a la Orden muchos e insignes hijos de virtud, que después con su ejemplo y gobierno la ilustraron mucho aquella Provincia. Fuera de la dicha prueba evidente de la mucha virtud y buen nombre que el P. Fr. Serafín tenía en la Religión, como acabamos de ver, se nos ofrece otra de no menor eficacia que deja confirmada la suya; pues teniendo orden los Padres de la Provincia de Cataluña para que enviasen religiosos ejemplares para la nueva fundación de la de Valencia, de seis que envió, el segundo fue el P. Fr Serafín de Policio y el que fue el primero Guardián y el primero Maestro de novicios en el convento de la Sangre de Cristo de Valencia. Piedra verdadera, firme y fundamental, pues cargó sobre sus hombros y cuidado el mayor peso y trabajo de la fundación y erección de todo el edificio espiritual de esta Provincia, que aunque los primeros seis años de su fimdación la gobernó su Comisario General, el P. Fr. Hilarión de Medinaceli, por haber ido en este tiempo dos veces por Custodio al Capítulo General a Roma, faltó dos años al gobierno de la Provincia, y quedó al P. Fr. Serafín el cuidado de ella, por donde merece la mayor gloria de su fundación y haberla administrado con su ejemplo y prudencia; y con tanta satisfacción de los de dentro y fuera de la Orden, que los de dentro le amaban como a padre que los engendraba en Cristo en la mayor perfección de su evangelio, y los de afuera le veneraban por prelado santo. En pocos días fue conocida su virtud ejemplar y su prudencia, y por ambas le honraron mucho el santo Patriarca don Juan de Ribera, los señores don Francisco Sandoval y don Francisco Pimentel, aquél duque de Lerma y éste Conde de Benavente, ambos 111

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