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ha reconciliado con su hermano. Por eso, su comunión no le ha sido vida sino muerte, y en mi ha ejecutado lo que has visto, que me ha dado una lanzada en el corazón; y cuanto es de parte de su culpa, de nuevo me ha hecho agravio.” Hospedóse una vez, yendo de visita, en el lugar de Nules, en casa de un hermano de la Orden que se llamaba Bonora, cuya mujer criaba entonces los gusanos de seda. Suplicóle tuviese por bien de subir donde estaban y que les diese su bendición. Excusóse el P. Eugenio, pero obligado de los importunos ruegos de ella, subió donde estaban los gusanos. Y preguntóla a ella cuántas libras deseaba de seda. Respondió ella: “diez y ocho.” “Confie en Dios que treinta contará”. Echóles su bendición, y al tiempo de la seda halló que habían hilado treinta y seis libras, viendo cumplida la profecía del P. Fr. Eugenio, que le había dicho que contaría treinta. Estando ya cerca de expirar, tomando en sus manos la imagen de Cristo crucificado, la adoró y abrazó; y los religiosos que estaban presentes oyeron que la imagen de Cristo le habló, pero no percibieron lo que le dijo. Es bien cierto serían palabras que le dejarían muy consolado. Vivió en la capucha cuarenta años, siempre con opinión de santo de los de dentro y fuera de la Orden. Fue también opinión de todos los que le trataron que murió virgen; así lo confirmó el P. que le confesó generalmente para morir. Y siendo la enfermedad de que murió de ijada y retención de orina, quiso el cirujano, para su remedio, ver lo que el P. Fr. Eugenio aún no había visto, diciendo: “Lo que yo jamás he visto, ha de ver el cirujano; por ningún caso lo permitiré” . Como ni permitió jamás que otro le aplicara los lienzos calientes; él mismo los aplicó siempre. Ni estando en el siglo se le vio ni oyó la menor acción o palabra que no oliese a castidad. Y el P. Roca afirmó a la hora de su muerte que le confesó de su vida seglar generalmente, que le halló vir­ gen. Siendo Ministro Provincial partió para Roma para hallarse en el Capítulo General del año 1613. Embarcóse en Barcelona con tres galeras del serenísimo duque de Saboya, cuyo general era don Martín 106

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