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Este don de contemplación se le conoció siendo Capuchino; y habiendo sido prelado mayor, Comisario y Provincial casi todo el tiempo que estuvo en esta Provincia de Valencia, no le fueron estorbo para ella las ocupaciones y cuidados del gobierno; y satisfaciendo enteramente a las obligaciones del suyo, estaba siempre atento a Dios, muy estático en la contemplación, que se tuvo por cierto que Dios gobernaba por él. Visitó algunas veces toda la Provincia a pie descalzo, y se conocieron en él grandes prendas de prelado, de prudencia, de clemencia y de rigor, cuando la necesidad lo pedia, y sobre todo de vida muy ejemplar, con que los ejemplos de la suya y con pláticas de muy perfecta doctrina procuró conservar el perfecto estado y rigor con que se había fundado la Religión en esta Provincia. La marquesa de Benedites afirma que el P. Fr. Eugenio obró muchos milagros en beneficio de su casa. El P. Fr. Félix de Valencia, predicador nuestro, grande teólogo y muchas veces Guardián y Definidor, afirma con juramento que oyó de la boca del confesor del P. Fr. Eugenio de Oliva la siguiente visión y revelación. Que estando un día oyendo misa, vio al tiempo que el sacerdote sumía el cuerpo de Cristo, que con un cruel golpe de una lanza penetró el corazón de Jesucristo, de que salió copiosa sangre. A cuya vista, se le estremecieron las entrañas a nuestro P. Fr. Eugenio, y admirado, ignorando el misterio, suplicó al Señor le diese la inteligencia de él; y su Majestad le respondió diciendo: “Los soberbios que llenados [de] espíritu de soberbia y sin verdadera enmienda de sus culpas y sin verdadero dolor y firme propósito de las suyas reciben mi cuerpo, éstos de nuevo vuelven a coronar de espinas mi cabeza, me la lastiman y ensangrientan. Los avaros y perezosos, otra vez, atraviesan y crucifican mis pies y manos. Los dados a los deleites de la lujuria me vuelven de nuevo a azotar. Los dados a la gula, cuyo Dios es su vientre, me dan a beber hiel y vinagre. Los que llevados de la envidia y del odio aborrecen y desean vengarse de sus prójimos, sin dejar el rencor ni perdonado sus injurias, sino que se confiesan por costumbre, otra vez transpasan mi corazón, lleno de caridad de los hombres. Este sacerdote que acaba de celebrar, tres día ha que tuvo un enfado con otro; y aunque antes de celebrar se ha confesado, no ha depuesto el odio de su corazón ni se 105

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