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la cama, y levantando los ojos y las manos juntas al cielo dijo agradecido: “Bendito seáis, mi Dios; no me podíades hacer merced mayor en esta ocasión que haberme traído al señor don Vicente Belvís para que me lleve a Valencia” . Quiso el señor don Vicente subir a verle a la enfermería, mas no se atrevió sin confesarse primero, por la razón que ya tocamos arriba. Subió y fue el consuelo de ambos grande de verse, acompañado de tiernas lágrimas. Llevóle con el de ambos con su coche a nuestro convento de Valencia, y no le dejó hasta que estuvo en la enfermería. Aquí le apretó el dolor de ijada, que no le dejó hasta que dio el alma a Dios, sufriéndolo con notable paciencia y conformidad con la voluntad de Dios, sin que le oyesen otras quejas que sus divinas alabanzas. No sentía de su dolor sino que robándole el pensamiento, no le permitía que diese a Dios toda su atención; con todo, con este natural sentimiento, siempre en él elevada su mente, aguardándole con amorosos afectos, como a esposo, aparejándose para su venida, como si toda su vida desde su niñez no hubiera sido un continuado aparejo para ella, estaba siempre muy interior, en alta contemplación. Y como sabía por divina revelación estaba cerca su partida, pidió se le administrasen los divinos sacramentos, que recibió con devoción grande suya y no menor edificación y muchas lágrimas de los religiosos que se hallaron presentes. No tuvo en aquella hora de qué desapropiarse, el que toda su vida no tuvo a su uso sino lo que le concedía la seráfica Regla; hasta un cuchillo para templar las plumas, ni unas tijericas que suelen conceder a los predicadores, no tuvo, que lo pedía prestado siempre que lo había menester; tan pobre se halló en su muerte como en su vida. Visitóle en esta ocasión el señor arcediano de Játiva, su amigo, D. Baltasar de Borja, de quien ya hemos hecho memoria, y no se atrevió a entrar a verle sin confesarse primero por la razón que dijimos arriba. Visitóle también [espacio en blanco ] Garrido, deudo suyo, hermano del P. Guardián de Játiva; y despidiéndose de él le dijo: “No se vaya, que antes que salga del convento, llegará su hermano el P. Guardián,” cosa que no podía saber sin divina revelación, porque a nadie había dado noticia de su venida a Valencia; y fue así. 101

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