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No dudes, h e rm a n o m ío . Roma sostiene tu a u to rid a d . Roma conoce los díscolos. A le ja , pues, como ten tac ión todo rece lo , to da descon fian za , y cuan to te d igo im p id a s (p o r su acaso sucediese) a G ua rd ianes a b ra n cartas, suspendan o hagan cosas e x tra o r ­ d in a ria s , esto es sólo p a ra que im p id a s pe lig ros de que apa rtándo s e ellos de los lím i­ tes canónicos, no se ap ro v e ch en los díscolos p a ra p ro b a r en a lgún de fec to de fo rm a o d u ra c ió n que la ra zó n es suya. Ya sabes lo que se su frió en Ib a r r a p o r c iertas suspen­ sas. Descansa sobre Be rnabé . No te in q u ie te a l v e r espinas, pues s iem p re las tend rás ; si u n a se va , o tra sa ld rá. Los ojos al cielo y su frirlos p o r D ios y p o r su conve rsión ... Yo, no lo dudes, no p ie rd o ocasión de fa v o re c e r España Capuch ina. Sabes m i co­ ra zó n y te basta. A n im o que sería m a la señal si no su frie ras de díscolos... T u y o en J. y M . Fr. Calasanz

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