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50 F ^ / F l V e n e r a b l e s P a d r e s y H e r m a n o s c a r ís im o s e n J e s u c r i s t o : íS de vo lve r á Roma á donde nos llaman nuestras habituales ocupaciones, ju zg a ­ mos muy oportuno d irig iro s nuestra palabra recordándoos algunos puntos de pru­ dencia y d iscip lina relig iosa conducentes al bien general de las P rovincias, que con todas las veras de nuestro ánimo deseamos fomentar, sin que esto signifique que descuidemos en la Ciudad E te rn a vuestros espirituales intereses, á ío cual nos obliga nuestro cargo de V isitado r General que la santa obediencia por algún tiempo nos impuso; en cuyas le­ tras obedienciales entre otras cosas se nos decía: lime est insuper expressissima Reverendissi- morum Patrum Definitorum decisio, quod hocce munns AD NUTUM perduret, sive in Hispania dintius permaneas, sive in Urbcm Te recipias. A s í, anhelando vivamente para bien y prospe­ ridad nuestra p re ven ir abusos futuros que, dadas las condiciones sociales de nuestros días fá­ cilmente podrían tal vez introducirse, mandamos lo siguiente, que lejos de ser nuevas leyes es más bien una aclaración y aplicación práctica de p rescripciones canónicas y capuchinas de suma impo rtancia: i.° Guardémonos con sumo cuidado de sacrifica r, bajo pretexto de ocupaciones y m inis­ terios esp irituales, la santa oración y meditación, porque en este siglo de materialismo y nial entendida actividad el corazón fácilmente se inclina á todo 1 o que no es trabajo del alma y todo lo sacrifica á las ocupaciones exte rio res, aun con menoscabo de sus propios intereses esp i­ ritua les y eternos. Síguese necesariamente de ahí aquella aridez y flojedad del alma por las cosas celestiales y d ivinas de que habla San Bernardo escribiendo al Papa Eu g en io : Temo decía el Santo, que.si dejáis la oración y meditación, la multitud de los negocios engendre en vos un corazón duro que de sí mismo no se horroriza, porque no conoce su dureza. S i no oramos y huimos de las cria tu ra s, no nos maravillemos ni quejemos de sentirnos insensibles á las cosas del cie lo ; nuestra es la culpa. De tales personas dijo el Seño r á Santa T e re s a : Yo bien quisiera hablar d los hombres, pero el ruido de las criaturas les ensordece de suerte que no me dejan un solo momento en que pueda hacerme oir. Para que v iva , pues, y se conserve entre nosotros este esp íritu de oración, prohibimos que en nuestras iglesias y conventos se confiese á seglares du­ rante el tiempo, así de la mañana como de la tarde, señalado para la oración, en el cual el H e r­ mano Portero á ningún Confesor llame sin expresa licencia del Sup e rio r local, quien d ifíc il­ mente y sólo movido de grave causa debe concederla, y aun entonces sea sin a la rga r la tal li­ cencia á otras vece s; excepción hecha de las tardes de sábados y v ig ilia s de fiestas, ó días equiparados á los festivos por celebrarse con extrao rd ina ria solemnidad, y de los jueves' p ri­ meros de mes, y las mañanas de los domingos y días festivos y de ios primeros viernes de mes en qué-podrán todos los Confesores acudir libremente al confesonario. Encarecidamente exhor- tamos’también que no por estar de viaje dejen, bajo cualqu ier p re texto , la santa oración, á la cual procuren consagrar, por poco que les sea posible, media hora por la mañana y media hora por la tarde, como con edificación y consuelo nuestro hemos visto hacerlo á algunos de nues­ tros Misioneros de Am é rica , que guardan silencio en tiempos determinados para vacar á la ora­ ción aun yendo á caballo , cuando las circunstancias no les perm itían hacerlo en casa. 2 .u Necesaria es al Relig ioso la oración, pero no lo es menos su fiel compañero el silencio regu la r. S i el fraile sin oración es un monstruo en la casa de D ios, la experiencia enseña, dice San A lfonso María de L ig o rio , que en los conventos donde se guarda el silencio se man­ tiene en vigor la observancia regular; y por el contrario, allí el espíritu anda por los suelos donde el silencio es tenido en poco. Y añadía el S an to , que el convento en que siempre se habla es imagen del infierno, pues que del quebrantamiento del silencio, forzoso es aue nazcan

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