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América; dependientes aquéllos de la Sagrada Congregación de Propaganda, la cual envía los subsidios por medios de letras de cambio directamente a los mismos misioneros, y éstos los reciben inmediatamente, y si tienen síndico en donde depositarlo, lo hacen conforme prescriben las disposiciones pontificias, y si no tienen persona fiel en quien depositarlos, por sí mismos los expenden en las cosas necesarias a su uso; teniendo por mejor y más perfecto el que aquellos religiosos se empleen en la grande obra de la conversión de los infieles, con mucho servicio de Dios y de la Iglesia, que no que se retraigan de ellas por no usar del dinero necesario para su manutención y vestido. Y si en tierras cultas sucede el que aquellos religiosos no encuentren persona apta para ser síndico, ¡lo encontrarán en las selvas de la América! ¡Yo quisiera ver al P. Mores en un sitio semejante por diez o doce años! No se puede negar que de algunas cosas, que necesitan los misioneros residentes en los lugares de indios pueden ser provistos en propia especie por el síndico residente en la capital de las misiones, como, por ejemplo, podrá proveerles teniendo mucho cuidado y vigilancia de cera blanca y de harina para las hostias, y lo mismo digo del aceite. Pero de vino necesario para celebrar el santo sacrificio de la misa, que en siendo notablemente ácido no puede servir para dicho santo fin; y en las tierras muy calurosas, como son nuestras misiones, se pone ácido con mucha facilidad, ¿cómo lo hará el misionero en este caso para decir misa? No tiene un maravedí con que comprarlo; el síndico dista doscientas leguas o trescientas; es menester avisarle de la necesidad del vino que tiene el misionero; hay mucha dificultad en enviar las cartas y que lleguen a manos del síndico las que se envían; por consiguiente, es menester que pasen meses, y tal vez un año, primero que tenga el vino necesario para celebrar. Lo mismo digo de cuando el misionista enferma y necesita para su curación de muchas cosas, que no las puede tener sino comprándolas en el día como se las ofrecen los mercaderes, que van y vienen a los lugares, y por no tener dinero, ni síndico a mano que lo compre, se ve reducido a una extrema necesidad y desamparo; lo cual no puede pensarse sin horror. El misionista ha de menester un caballo, o una muía, y no obstante la Regla seráfica prohíbe a sus profesores el viajar a caballo, nadie ha dudado que lo pueden hacer, porque la necesidad es manifiesta, y la Regla no lo prohíbe en estos casos. Demos por ejemplo, y es muy frecuente, que se alborote un pueblo de indios, que se ha huido al monte, o que una nación vecina, de las que no están pacificadas, les hace la guerra a los que están; el misionista precipitadamente ha de avisar al gobernador distante muchas jornadas, para que dé la providencia necesaria en un caso urgente, se ha muerto el caballo que tenía el misionista; no puede comprar otro porque no tiene dinero, ni facultad para comprarlo; es menester acudir al síndico que reside en Cumaná, o en Mompoix, o en Maracaibo, etc.. Cuando vendrá el caballo y primero que el gobernado dé la providencia, sepa lo que debía saber para dar oportuno remedio, se habrá destrozado enteramente una misión.

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