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C O N V E N T O D E S E G O R B E ( 1 6 0 1 ) En la fundación del Convento de San Francisco de Asís, de Segorbe, conviene destacar tres fechas clave para esta nueva presencia capuchina en el Reino de Valencia: 25 de julio de 1601; 4 de octubre del mismo año, y 2 de agosto de 1602. Es bien conocida la fama de santidad de los Capuchinos durante esta primera época en todo el Reino, y la gran afluencia de candidatos que llamaban a las puertas de nuestro noviciado. La vida de los frailes se hacía notar muy positivamente, y, por todo ello o por inducción del Santo Arzobispo de Valencia, el Obispo de Segorbe, D. Feliciano Figueroa, instó al P. Hilarión de Medinaceli a que fundara en la misma capital de su diócesis. Delegó el P. Hilarión en el P. Serafín de Polizzi, quien se hizo cargo de las obras del convento el citado 25 de julio de 1601. Se convino para la solemne toma de posesión y colocación de la primera piedra con la presen­ cia del Señor Obispo y Regidores, el día de la Fiesta de Nuestro Padre San Francisco, 4 de octubre de ese mismo año, e inmediatamente dieron comienzo las obras del templo conventual, las cuales, un año después -1602- fueron inauguradas, con la traslación procesional del Santísi­ mo Sacramento desde la Catedral, por el mismo Sr. Obispo y con gran asistencia de fieles. El día elegido para esta solemnidad fue el 2 de agosto, festividad de «La Porciúncula». En los días siguientes se celebró un solemne Triduo predicado por los frailes de la comunidad. Los religiosos no habitaron el convento hasta meses más tarde en que concluyeron totalmente las obras, y en él vivieron pacíficamente en oración y testimonio durante los primeros cuarenta años, hasta que les llegó la hora de la gran prueba con la peste bubónica de 1648. La ciudad, conociendo la proverbial caridad de los Capuchinos, solicitó el servicio de algu­ nos de ellos para la atención espiritual de los apestados. Fueron éstos el P. Serafín de Xátiva y el P. Juan de Valencia, quienes, tras haber contraído la enfermedad durante el heroico ejercicio del ministerio espiritual, fallecieron. Sin dilación fueron sustituidos por otros, con el mismo despre­ cio del riesgo. Pasada la peste, el Obispo y los Jurados de la ciudad manifestaron públicamente su admira- 97

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