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Entonces aquellos vecinos me pusieron a mí por mediador y, haciéndole yo ver al padre la conveniencia de dicha fundación, la autorizó; pero a condición, me dijo, de que había yo de encargarme de llevarla a cabo. Marché, pues, a Ollería la víspera de Todos los Santos del mismo año para entenderme con las autoridades y que me hicieran la escritura de cesión del convento, acto que se realizó el día 7 del mismo mes de noviembre de dicho año 1886. Dueños, pues, ya del convento empezamos en seguida las obras de reparación, en las que mucho me ayudó el pueblo, y duraron ellas más de tres meses, estando yo todo este tiempo al frente de las obras. Quiero consignar, para honor del pueblo, que mientras duraron las obras no consintieron que nosotros hiciéramos comida; y cada día se encargaba una casa de mandárnosla al convento. Cuando estuvo ya en condiciones el convento, se instaló canónicamente la comuni­ dad; y para la toma de posesión vinieron dicho día 7 el Rvdmo. Padre Provincial, con los Padres Pedro de Usún y León de Ubago y el Hermano Fray Roque de la Nava del Rey, quienes quedaban conmigo al frente de las obras. El entusiasmo del pueblo en este día fue grandísimo". Prosigue el Padre Luis su relato con referencia al Convento de Ollería, esta vez como Guar­ dián del mismo. En el capítulo XXIX de su autobiografía dice: «Al terminar el trienio 1889- 1892, durante el cual desempeñé el cargo de Vicario en el Convento de Orihuela, se reunió el Capítulo Provincial, en el Convento de la Magdalena, el 18 de diciembre de dicho año 1892, y volví a ser reelegido Definidor Provincial. Luego el Definitorio, en su primera reunión, el día 29 de dicho mes y año, me nombró Guardián del Convento de Ollería, al que se determinó trasladar la Escuela Seráfica que estaba en Orihuela, por motivos de salud y a fin de aligerar de personal dicho convento, que tenía, además, también el coristado. Marché, pues, sin pérdida de tiempo a mi destino de Ollería para preparar la venida de los seráficos, que llegaron a dicho convento el día 5 del siguiente mes de enero de 1893. Y, como la Provincia no pudo ayudarme para sufragar los grandes gastos que originó el traslado del seraficado, hube de implorar el auxilio de los bienhechores que me socorriesen con sus limosnas; y he de

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