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quedaban terminados. Para la obra había contribuido el Ayuntamiento con 150 libras, y, en otra ocasión, con 2.500 reales de vellón. La nueva fundación tenía por titular a la Inmaculada Concepción, y tanto el convento como el templo respondían al modelo Capuchino de edificación de los primeros tiempos: Fachada del templo con zaguán, convento en cuadrilátero, etc., como se puede ver en grabado de la época que se guarda en el actual convento alicantino, y en la hemeroteca del Real Colegio del Corpus Christi, de Valencia. «Cuando se fundó el convento, frente a la fachada se formó una plazoleta, para lo cual se levantaron unas paredes a derecha e izquierda. Además, los religiosos hicieron una gran planta ción de árboles por todo el frente del convento, y a esto se le llamó alameda». (E. de V. Cap. XXIV). Algo parecido existe hoy en el Convento de Ollería, teniendo, como el antiguo Convento de Alicante un camino de servicio público a lo largo del arbolado. La inauguración propiamente dicha revistió una solemnidad extraordinaria, estando presidi da por las autoridades eclesiásticas y civiles. En una primera época, en contraste con posteriores actuaciones del Ayuntamiento, la actitud de este ante los Capuchinos fue altamente positiva, hasta el punto de que los tomaron bajo su patrocinio comprometiéndose a proporcionarles, dada su extrema pobreza, una arroba de harina semanalmente. Ratificada esta dádiva por el Rey Felipe III -en carta fechada en Aranjuez el 30 de abril de 1661- se hizo efectiva hasta el año 1744. En este como en otros conventos de la región, la vida ordinaria de los frailes fue alterada y puesta aprueba por las distintas oleadas de peste entre los siglos XVII y XVIII. En 1648 el Síndico de la ciudad solicitó de los Capuchinos que se responsabilizaran del hospital improvisa do en el Convento Franciscano de Nuestra Señora de los Angeles. En esta tarea murieron el P. Marcos de Valencia y Fray Diego de Traiguera. En 1732, atendiendo a los apestados del Hospi tal de Rey, se contagiaron y murieron cuatro religiosos. En la epidemia de fiebre amarilla de 1804, se pensó en los Capuchinos para atender al Lazareto del Convento de PP. Observantes. La
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